En Plaza Congreso las palomas buscan en las limaduras del maíz el hierro que las une. En una imagen cuyas tintas están invertidas, las partes claras aparecen oscuras. El niño observa al globo que asciende, el padre toma su mejilla y lo hace mirar a la cámara. Los dos sonríen. Con la primera imagen se forma la segunda, las tintas reinvertidas se encuentran en su orden natural. El vendedor de panchos extiende su brazo para saludar, toma la mostaza y la coloca longitudinalmente entre la luz roja y la luz verde del semáforo. Toma la delantera el 60 ramal Tigre, el humo negro no asciende.
En la cámara oscura las palomas observan comportamientos imprevisibles. Una enfermera del Centro Gallego desabrocha su guardapolvo al sol, se quita los zapatos, y deja escapar el silencio contenido.
Desde su estudio, el fotógrafo ve la estampida. Con una muñequita de trapo empapada en una solución de tierra podrida en alcohol, limpia la placa de vidrio y la frota con una piel de gamuza. De la limpieza del cristal depende el buen éxito de la operación. Las esquirlas del maíz dificultan la visión. El estruendo es insoportable, pero breve.
La enfermera observa un pequeño muñeco, de esos que se cuelgan de los espejos retrovisores, tirado en el asfalto, su cuerpo cubierto con trazos de barro, huellas de autos. Su cabeza está apoyada en el suelo empapado, buena parte de la cabellera ha desaparecido. Se pueden ver, al descubierto, los huecos capilares en el plástico. Un carmín intenso destaca una sonrisa inocente. Dos inmensos ojos celestes, siempre abiertos, acentúan el parecido del desafortunado muñeco con un niño de carne y hueso.
La luz se pone verde nuevamente, cuando termina de pasar el 64 a La Boca, dos neozelandesas apoyan sus bolsas en el suelo y sonríen, con las carteras colgadas del hombro, porque se sabe que quien apoya la cartera en el suelo perderá su riqueza.
El muñeco se frota los ojos. En la cámara oscura la plata experimenta un principio de descomposición, bajo la influencia de la luz se forma el negro galato de plata, y aparece súbitamente la imagen. Las turistas se van en silencio, con recuerdos de su viaje por el Cono Sur. Un par de zapatos pende de un cable. Debajo, un racimo de globos oculta otro vendedor que sigue despachando.
El niño observa al muñeco, el padre dirige su mirada a las turistas. El fotógrafo vierte en su centro colodión líquido. Cuando su éter se evapora, introduce el cristal en nitrato de plata. Esta operación sucede en una pieza oscura, alumbrada tan sólo por una bujía. Una lámpara cuya bomba de vidrio color naranja aún no ha sido encendida reposa a un costado.
El globo asciende irremediablemente. Al terminar de pasar el 2 a Liniers, cambia la luz y todos los autos deben frenar. La enfermera camina por el paso cebra rumbo al kiosco de revistas. Las palomas vuelven a las cornisas. Será una larga noche de guardia y palabras cruzadas.
Para preparar la albúmina, el fotógrafo bate unas cuantas claras a nieve, las deja reposar, las decanta, añade ioduro de potasio, y luego calienta ligeramente la placa para añadirle, por el lado opuesto al que ha de recibir la imagen, el extremo de un tubo de gutapercha que le sirve de mango. A través del cristal controla la toma del niño puesto a secar.
Toma después el mango de gutapercha entre las dos manos, lo hace girar, y con él la placa, comunicando al líquido un movimiento centrífugo. La imagen gira en sentido anti horario. Una vez albuminada y seca, una vez bañada en plata, coloca la placa, húmeda aún, en la cámara oscura.
En seco, es preciso desembarazarla del exceso de plata que contiene. La lava con agua destilada y la deja secar en la oscuridad.
En el ajedrez del pasillo embaldosado se escuchan pasos. La toma de la mano, la lleva al bolsillo. Siente el frío del metal. Un dedo hace posible el disparo, el otro, permanece en silencio. Pero las manos tienen cinco dedos.
Los casilleros negros ocultan secretos que las enfermeras no divulgan. Silencio es salud.
La persistencia y duración de su sensibilidad, así como lo fácil de su conservación, siempre que se las preserve de la humedad y de la luz, hace que de día en día su uso se haya vuelto más general, despertando el interés de los aficionados, cosa que no permitían los antiguos procedimientos, por lo muy complicadas y enojosas que eran las manipulaciones.
El dedo del vendedor de globos toma una porción de piolín y lo enrolla. Un leve movimiento del bosque de goma sobre su cabeza le recuerda el murmullo en la cornisa.
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