Enfoca el objeto. Cuida de cubrir la cámara con un paño negro. Una vez formada la imagen luminosa sobre el vidrio deslustrado, lo separa, y en su lugar, coloca el chasis y la placa sensible. Tira entonces de la cortinita del chasis para dejarla al descubierto.
Un hombre sentado al otro lado observa el procedimiento. El vidrio guarda un asombroso parecido con el hombre. La luz toca la superficie pulida dejando un rastro indeleble. Será necesario medir la distancia.
Cuando se ha dado la suficiente exposición, cierra el objetivo, teniendo cuidado, tanto al abrir como al cerrar, de no mover la cámara mientras la luz penetre en su interior, las oscilaciones destruirían o deformarían la imagen.
El hombre levanta lentamente el brazo, los dedos de su mano crispada se recortan en la oscuridad. Su silueta, detrás, comienza a erguirse como si el peso de la luz le tirara de la sangre.
En cuanto al tiempo de exposición, ella tiene en cuenta las condiciones físicas: la coloración e intensidad de la luz, la altura del sol sobre el horizonte, la coloración y transparencia del medio hostil en el que se encuentra, o si las altas horas son una magnitud espacial o temporal.
Porque él se aproxima. Ella le pide que se esté quieto, pero él no obedece.
El tiempo de exposición es escaso, las pruebas resultan duras sobre los claros, que han sido los únicos que han podido impresionarse. Faltan detalles en las medias tintas.
Repasa las condiciones químicas: el modo de preparación de la superficie sensible, su diferente grado de sensibilidad de acuerdo al paso de las horas.
La noche es una cámara oscura. Los chirridos de la luz invierten el orden natural. Se abre la tapa de la noche y surge una imagen inconclusa. Ella prepara el vidrio nuevamente. Sobre la pequeña mesa ratona, dos medias de seda blanca reptan en el haz de luz.
El tiempo de exposición ha sido excesivo, la luz actúa sobre las medias tintas y las sombras, que crecen en intensidad y forman una imagen gris, uniforme, sin contraste.
Lo pierde de vista. El retrato evanescente se cierra sobre ella con una mano quemada de luz. La concentración en el líquido de la placa sensible le impide notar su presencia.
Atiende a las condiciones ópticas: la distancia focal, el diámetro del diafragma, el número de lentes, su espesor, coloración, y todo lo que en ellos tienda a modificar de una u otra manera el destino.
La imagen velada la desilusiona, debe examinar detenidamente la marcha de la operación, para corregir los errores cometidos durante la exposición.
Ante la irrupción de la luz, el diafragma se cierra casi completamente y le impide respirar. El brillo de la seda acentúa la presión. Tiene una mano abierta, y la otra a medias.
El conocimiento del estado de desarrollo de la imagen latente se adquiere únicamente con la práctica, siendo inútiles cuantas reglas se den para determinarlo.
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