Gemelas siamesas
coloca su rostro de época
una bisagra asegura
el pasaje entre dos ciudades.
“Yo visité Lago Epecuén - Carhué”
se lee en blanco y negro.
Bajo la leyenda, tres bañistas posan decapitados.
Los flamencos entran y salen del cartel
a través de orificios disponibles
para rostros y cámaras.
Los goznes en la frente de cada personaje
permiten al paseante tomar un cuerpo lejano y ajeno,
sonreír a todo color y prestar su cabeza.
Unidas por la sal, gemelas asimétricas,
dos ciudades comparten sus órganos vitales
respiran hondo y se sumergen.
Difícil tomar el lugar
cuando el Lugar ha dejado de ser.
El doble de la Nada es un doble de riesgo.
El doble de la Nada es imposible.
La Nada absorbe como terrón de sal.
El doble de la Nada
es la misma cantidad de Nada
que la Nada.
Para tomar el lugar, las siamesas
corren la bisagra y salen a bucear
el holograma de sus vidas.
Ruedan cardos glaceados por el flotatorio natural.
Los árboles abandonan la tierra y las copas
para hacer su habitual caminata nocturna.
En el medio de la Nada, sus raíces
dividen aguas.
El balneario agita el glacé real como un globo de nieve.
Caen en blanco los días sobre las hermanas
montadas en el hámster de cristal
hasta perder la cuenta.
El blanco se torna verde esmeralda.
En el lago del Castillo
retozan flamencos de sangre azul.
Por los orificios espían los turistas.
Las ciudades se cubren, pudorosas.
El agua es su traje de baño.
Dos toboganes aún de pie
cara a cara desde tiempo inmemorial,
envidian la suerte de las hermanas.
Siempre quietos, siempre opuestos, siempre iguales.
Sus niños crecen, regresan, recuerdan,
suben a uno para ver al otro.
Bajan y se van, y vuelven.
Suben y bajan por el hormigón
cada uno por el hueco.
Los tres
y sus tres cabezas.
Oredatam
Las letras invertidas
anuncian el arribo
de un nuevo cardumen de vacas.
Sólo las puntas de los cuernos
dibujan en el agua el rastro de la carne
y su destino.
Un secreto que guardan bajo la superficie:
el Arca no ha cerrado totalmente.
Ha corrido la voz como entre paños rojos,
entre pezuñas ha corrido y no socorrido la Voz.
Sumergida en las burbujas bovinas
apenas perceptible
misteriosa
la Buena Nueva oxigena el agua.
Van llegando los botes allí
donde los cuernos abandonan y caen
como martillos
hasta el fondo cenagoso del Lago Epecuén.
Será sólo en parejas la salvación
murmuran las burbujas
mientras las puntas de los cuernos
hacen estragos en la inocencia lacustre.
No hay mar que por miel no venga
responden agitando sus aletas vacunas,
mejor vivir en la carne que morir de amor.
Y así penetran en el hormigón armado.
Bien sabe el Rey Salamone
de la resistencia de los materiales,
de la bondad de la curva
a la hora de embellecer el golpe final.
La Indiferencia ha hecho de la línea recta
su futuro anterior
pero las vacas vuelven salobre
todo lo que se mastica.
Nada se traga por primera vez.
La reincidencia en la digestión
de lo que ha entrado por los cuernos
favorece la penetración del muro
y permite mantenerse a flote.
El Arca sigue a medio cerrar,
pero es casi imposible entrar solo
o en multitud.
Nuevamente el Dos, Su Cantidad
dictamina qué bestia será la Elegida
y cuál la Náufraga.
Los cuernos abren un tajo en el agua
y lo vuelven a cerrar.
Abren un tajo en la carne y vuelven.
Abren un tajo en el muro
y el mar va por su miel
montado en las vaquitas.
Las ruinas del rey Salamone |
Lago Epecuén-Carhué - Municipalidad e Iglesia |
La humedad que cayó del cielo al palacio municipal
atrae por igual a palomas y turistas.
Alguna vez se discutió sobre la Altura
logrando reducir el orgullo del hombre
a su membrana.
La membrana que deja pasar la vida en forma de hongo
y cae sobre el parquet del salón de actos
preocupa al Sereno.
Es preciso cambiarla aunque el precio a pagar atraviese las nubes
como lo hubiera logrado sin duda
la torre del palacio
el día que las Lenguas confundieron el rumbo.
El Sereno atiende al toque de timbre.
La palabra TIMBRE lo anuncia con letras de molde.
Los turistas pasan,
acodan la mirada en el mostrador circular,
pero resbala en los bordes cromados
y cae como bola de ruleta en el granito del suelo.
Rebota y asciende por lámparas de anillas olímpicas
para perderse entre los tachos
que el Sereno colocó bajo cinco goteras.
Hubo un tiempo de esplendor
previo a la ruina salpicada de cineastas
arquitectos flotantes
cámaras
y demás caprichos de la hidráulica.
El misterio de la Piedra Líquida
tomó la curva del Rey
en la eternidad de cuarenta meses.
Asoló la Pampa montado en cetáceos
cuyos vientres despedían el hedor primordial
multiplicado en andamios cargados de palomas
con botas de piel de ballena blanca y penuria.
A su paso brotaban aluviones alados
posando en las cuatro ruedas del trono de nogal
las cuatro patas del Estado, vuelto
1) máquina de tramitar,
2) multiprocesadora de carne,
3) frontera entre muertos y vivos,
4) bestia de plaza mayor devoradora de iglesias.
Con sus manos cargadas de fotografías
de municipios, mataderos, cementerios y plazas
el guía alcanza un clímax impar entre pares y nones:
Bestia Mayor de obra mayor,
abrió las compuertas del cielo,
volviendo exterior al interior,
infierno grande al pequeño pueblo
y penuria todo lo que hubo
entre lo rojo y lo negro
de la curva del número.
Así recita el Sereno entre los flashes
mientras los niños claman por volver
a tomar el helado prometido
reposo del guerrero circular
donde las plazas abren su juego.
La vuelta al perro
Los autos en fila bajo los eucaliptos
avanzan conservando distancia prudente.
Es feriado nacional.
Podría ser domingo.
Pasadas las seis o siete de la tarde
el alumbrado público toma la posta del sol.
La sal carcome el día y da paso
a las células fotoeléctricas,
esos insectos de la magia vial
que hicieron del mercurio su alimento.
Luciérnagas y sombras de luciérnagas
en los capós de autos
y camionetas cuatro por cuatro acabaditas de nacer.
Los garajes bostezan sobre el boulevard
con el aliento renovado en la concesionaria.
Ha llegado la hora de unir a la familia.
No se puede hacer más lento,
piensan los hijos en el asiento de atrás.
La marcha infinitesimal de sus vidas
llega hasta el paragolpe cromado.
La ceguera alcanza al césped
a los bancos de madera
a los monumentos
al cartel que impide girar a la izquierda.
La ira contenida de la juventud
empaña las ventanillas.
El mundo gira imperceptiblemente.
De un momento a otro
ocurrirá lo que cada domingo.
La necesidad de que algo ocurra
de un momento a otro.
Completar el trayecto entre una esquina y la siguiente
permite repasar multitud de palabras calladas.
Al otro lado del cristal
se podría seguir el andar de las hormigas,
su rastro laborioso podría conducir
al misterio del comienzo,
el lugar del Primer Coche,
allí donde quizás Algo podría llegar a suceder.
Tras los apoya cabezas, la nuca del Padre vigila.
Los jóvenes cautivos
deben poner del revés al deseo
volverlo neutro ph familiar
virtud atolondrada en el mercurio.
La línea gris asciende
por la avenida principal
hasta el Cristo.
El cortejo toma la curva del Rey
y vuelve al Centro.
Las vidrieras esperan con su luz a punto nieve
a peregrinos y peregrinas prestos
al repaso semanal de los ajuares muertos y vivos.
Atuendos que van del maniquí al cuerpo,
del cuerpo al cajón de madera,
y del cajón al automóvil
donde la vestimenta rota
en el lavarropas divino
como un perro que se quiere agarrar
del jabón de la huida
pero resbala
lentamente
bajo las ruedas de Dios.
Cicuta
A brazo partido nadó
el bronce fundido del Cristo
en lapidaria fuga.
La pasta de sal cenagosa
marcaba el ritmo del braceo inútil
en la vertiginosa luz del mineral.
La corriente a favor apagaba las velas
como cicuta en el Gran Vaso de Dios.
Cayó de boca el Cristo
multiplicado en el pecado de la sal
supo de golpe cómo detenerse
y mirar a la cámara.
Exhausto y sin brillo
verde en su bronce en su barro blanco
decúbito dorsal
puro torso y corona de espinas.
La vida y sus feligreses le mordieron
los peces los panes las caminatas
por la superficie de la fe
hasta la irremediable caída.
Las patas de rana aplaudieron a rabiar
mordidas de los fieles que no saben lo que hacen
pero se cargan al hombro la cruz
aunque no quede de ella más que huella gris.
Resolana divina que todo lo cubre
que todo lo olvida.
Resolana entre la muerte
la vida y el naufragio.
Sobre tumbas profanadas
dadas a la bebida en su mármol tambaleante.
Veneno lento de las aguas.
Blanco de su propio blanco:
Cicuta o Conium maculatum.
Así llamaron los botánicos a la flor
blanca con forma de paraguas
parienta del hinojo, el perejil, el apio,
cuyos frutos encuentran en el músculo
el hierro que sostiene al hombre.
La apertura de la conium maculatum
en la primavera de la carne
calma el dolor en pequeñas cantidades
o paraliza, derrumba y vuelve escombros
a quien se exceda en su voluptuosidad
o bien erre la dosis.
Como una laguna de sal que cura
hasta que crece y traga
y crece más y traga más
hasta el hastío
el repliegue
y la quietud final
de todo lo saciado.
Herradura de sal en pie de guerra
su huella permanece ya no en pie
sino en eterno error de cálculo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario