Ante el dolor de los demás



Neil Gaiman. A game of you. The Sandman, 1991 (clic)




A Daniel Grad



El Museo del Holocausto es un museo y nada de arte.

Leo en el subte el cartel con esa leyenda y recuerdo al músico contemporáneo que declaró que los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York habían sido "la máxima obra de arte que se haya producido jamás".

La reacción de castigarlo fue inmediata: el repudio de sus compañeros compositores y otros personajes de la cultura, y la suspensión de tres conciertos con sus composiciones que estaban anunciadas para el día siguiente. Stockhausen, al no sentirse comprendido, sólo pudo decir: “Pero, ¿es que no tienen en cuenta que a veces a las obras de arte las hace el diablo?”.

El cartel es claro: Auschwitz no es un object trouvé.

Stockhausen murió en día capicúa, hace poco. Todo puede dispararse hacia lo bello. Él se disparó del mundo el siete del doce del siete, bellamente, entre números cabalísticos.

Sebastião Salgado podría haber tomado un bello retrato del cadáver de Stockhausen, y Susan Sontag no hubiera podido decir nada al respecto. En vida sí dijo, y mucho, acerca del retrato estetizante del dolor. Quizás la Sontag discute en el más allá sobre estas cuestiones con Stockhausen mientras algún bombero americano caído hace lo propio con algún terrorista islámico. El diálogo es posible en este mundo. Todos entendemos inglés, más allá de cualquier religión.

No puede pensarse todo esto entre Malabia y Pueyrredón. Demasiado para un solo viaje. Bajo del subte y camino un rato por Once. Recuerdo que mi amiga Selva me invitó a una muestra colectiva en la AMIA, donde expone algunas de sus tintas de la serie “Mujeres”. Debería seguir mi plan original y encontrar una paila de metal para la obra que estamos preparando con Tita, la bailarina que danza con mis poemas. Pero una cosa lleva a la otra, y ya estoy en la puerta de la mutual israelita, ante el personal de vigilancia, preguntando por la muestra. Me piden mi DNI y me abren una puerta pesada y blindada, blanca como la intimidante pared cubierta de graffitis con los nombres de los muertos en el atentado.

Mi DNI entra por un casillero, al costado, al interior del edificio. Dejo de verlo por un momento, y finalmente desaparece por el camino de la comprobación de identidad, mientras entro en un paisaje de aduana, donde me encuentro ante una mesa baja junto a dos paneles sensores. Me saluda amablemente un chico de unos 25 años:

- Hola. ¿Es la primera vez que venís a la AMIA?

- Si. Vengo a la muestra Panorama colectivo 2008.

- ¿Cómo te enteraste de la muestra?

- Me llegó por mail la información, por mi amiga Selva Sabronski.

- Ah, si…

- …ella está en la muestra

- Voy a tener que revisarte la mochila, ¿sabés?

- ¿Tenés algún objeto cortante, tijeras, aerosol de defensa personal…? (abre la mochila)

Yo le ayudo a revisar. Tengo experiencia. Es común que se “pierdan” cosas en la escuela y hay que ver si aparecen dentro de las mochilas de los chicos. Normativas de la institución.

Mientras revisa siguen las preguntas:

- ¿Sos artista vos? Digo, ¿pintás?

- No, soy docente… bueno, en realidad soy escritora, y fotógrafa.

- ¿Fotógrafa? Justo necesitaba averiguar porque quiero aprender Photoshop.

- Entonces lo mejor es que le preguntes a Selva, que es diseñadora (Pienso en la toallita y el tampón de repuesto que inevitablemente van a aparecer ante la vista de mi interlocutor, junto a mi cuaderno de apuntes, mi cámara y el vestido de playa que me compré en una tienda de coreanos. En el vestido Mafalda toma sol despreocupadamente). Mientras continúa la requisa, otro pedido:

- Pasá por acá (me muestra los paneles) y volvé a salir. ¿Llevás algo metálico encima, aparte de…

- … ¿las pulseras? No, nada más.

Siguen las preguntas:

- ¿Qué vinculación tenés con la comunidad judía?

(Parezco judía. En julio del ‘94 la madre de un alumno me dio el pésame pensando eso. Pero no, para ser judío hace falta algo más que una gran nariz.)

- No – respondo - pero algunos amigos míos son judíos. Selva, también.

- Bueno, podés pasar, andá por el pasillo hasta el fondo, atravesás el patio y en la primera puerta a la derecha, en el mostrador de Informes, decís que vas a la muestra.

Cuando abro la puerta del patio veo una gran explanada en la que irrumpen el monumento a los muertos por el atentado y varias placas conmemorativas, entre ellas un homenaje a los desaparecidos judíos durante la dictadura militar. También otras del gobierno de la ciudad y otros organismos estatales.

En Informes otro chico amable y cool me pide mi nombre, me pregunta si es mi primera vez, me pide mi número de DNI y carga la base con mis datos, dando por sentado mi lugar de nacimiento:

- Capital, ¿no?

- No – respondo – Fijate en el documento: General Roca, Río Negro (estoy tentada de agregar: “la ciudad con nombre de genocida”, pero me contengo)

Me mira con una expresión extrañada ante el dato inesperado, una mirada que todo judío encontraría familiar, aquella que marca una diferencia:

- Ah, no sos de acá. ¿Turista?

- No, vivo acá, en Avellaneda.

- Ah, en provincia de Buenos Aires (más extrañeza)

- ¿Cuánto hace que vivís en Buenos Aires?

- 15 años

- Ahá (sigue cargando datos)

- Primera vez que venís a la AMIA, ¿no?

- Si, ya le dije al otro chico.

- Bueno, podés pasar, bajando las escaleras a la izquierda vas a encontrar la muestra.

Voy a abrir mi mochila para sacar un chicle, pero las cámaras de vigilancia me hacen pensar dos veces, y me la vuelvo a poner.

Recorro la muestra, en la que aparecen fotografías, óleos, collages, y las tintas de Selva. No puedo concentrarme demasiado en lo que veo. El hecho artístico, esta mañana, se sitúa en otro plano. ¿Se trata del arte de entrar, transitar, permanecer? Mientras miro las pinturas y las fotos pienso en mi amigo Adrián Olaz. Sus alumnos le dicen Osama por sus rasgos árabes. Imagino el ingreso a este lugar con mi amigo Adrián como un happening de arte pop. Imagino lo mismo junto a otro colega, profesor de música, Marcelo Nasra, hijo de Sirios.

Imagino, también, los ojos de Stockhausen en su arenga: “Imagínense, yo podría ahora lograr una obra de arte y ustedes no sólo quedarían absolutamente impresionados sino que caerían muertos en el instante. Caerían muertos y volverían a renacer porque simplemente todo es demasiado racional. Algunos artistas intentan cruzar la frontera de lo posible y lo imaginable para que despertemos y nos abramos hacia otro mundo. Lo que ha ocurrido en el atentado es un salto por encima de la seguridad, de lo comprensible, de la vida. Y eso es lo que ocurre. O no es arte”.

Ya no sé qué es arte y qué no, sólo quiero irme a algún lugar a escribir todas estas cosas. Recorro a la inversa el circuito de vigilancia, recupero mi documento y corro hacia un Burger King, donde puedo permanecer sin necesidad de consumir. Elijo una mesa cerca de los baños y me siento.

Escribo: “el arte de entrar a un museo, el arte de nombrarlo, se suma al arte que cuelga de sus paredes. La muerte modifica nuestras formas de dar entrada. Cómo nos modifica la muerte nos define como comunidad. Cómo mataron a muchos de los nuestros, también. Y también, cómo siguen muriendo. Algunos conservaron sus cuerpos y sus nombres, otros desaparecieron, y también están aquellos que son desparecidos de nombre, porque entraron al mundo naciendo de desaparecidos, y aún no lo saben.”

Junto a los baños está parado el tipo de vigilancia. Se acerca una señora en situación de calle con un cochecito de bebé y un nene sentado en él. Pide que le abran el baño para discapacitados, así no tiene que bajar por la escalera hasta el subsuelo. Le dicen que no se puede, que es sólo para discapacitados.

La veo bajar la escalera peldaño tras peldaño. Pienso en levantarme e ir a ayudarla. Pienso qué pasaría si algún loquito pusiera una bomba en este lugar. Me imagino bajo los escombros con esa señora y ese bebé. Lo que debería hacer para soportar su olor, el del bebé, los gritos. Imagino cuánto puede pesar sobre mí este lugar convertido en escombros, y lo que podría yo hacer o no hacer para rescatarnos a los tres, con todo el cine Los Ángeles sobre nuestras cabezas transformado en piedra rota. Los Ángeles sobre nuestras cabezas, pienso. Escombros de terremoto, pienso. Celebro tener un celular. En el ’94 casi nadie tenía. En Auschwitz menos.

Mi celular dice que son las 13.20 hs. Tita me espera para seguir ensayando, y no tengo la paila que salí a comprar. En dos días vuelvo a Madryn. Voy de todas formas. Pero antes, ayudo a la mujer, que ya salió del baño, a subir los escalones.

Bs As. Enero de 2008

5 comentarios:

Chelo Candia dijo...

ya había leído este texto hace un tiempo, me pareció (y me parece)de una calidad extrema... ¡excelente!. Digno de publicación, pero no por el honor de publicar, sino para que pueda ser disfrutado por más gente.
gracias.

Bruno Di Benedetto dijo...

En estos días vos y yo hemos visto cómo la muerte impone cada vez más su paisaje de aduana. En la terminal de Retiro nos despedimos frente a una sala helada, ocupada solamente por una máquina inútil en su brillo de cromo. Por suerte había una puerta al costado, por la que pudiste pasar. El beso del estribo es indispensable en este viaje. Tu mirada, que deshoja las mil hojas de la realidad y a la vez las cose amorosamente, también.

maritza dijo...

la muerte está ahí todo el tiempo. En la esquina de mi casa; en el estornudo de cualquiera; en las cifras de la canasta familiar; en el atropello de varizat; en el fanatico del futbol;...te caiga la muerte por una bomba o por un puño; por aproximación; por diferencia; por efectos colaterales; por acierto al blanco...por lo que sea. Lo que me indigna son las edificaciones del miedo (dicen "esto es miedo"...una otra exhibicion del terror..una otra imposicion del terror). Lo siento, ni pagada voy a ese lugar.

Poetas de APOA dijo...

Silvia:
Un poco que te vi de casualidad... diría que no... que un poco no... claro: 18 de julio no está lejos de esto que es hoy... un aniversario que no fue un día de aniversario en este 2010... así es el mundo... mirar y encontrarte, mirar y encontrarme... quizás sea lo mismo... quizás no... lo que ahora sé (lo que ahora siento) es que quiero agradecerte por haberme dedicado este texto... quizás alguna otra vez hablemos de esto... quizás no... quizás (como vos decías) algo nos lleve a otros lugares... a otras situaciones... fuera de los escombros (o no).
Te mando un beso. (grande).
Dany.

Silvia Castro dijo...

así es con los quizases, Daniel...

hace tiempo que está este texto aquí, y quizás nunca se hubieran cruzado él y vos, pero así fue

y si, que algo nos lleve a mejores lugares, lejos de los escombros


un abrazo, amigo