Reseña de Diario de Pueches por Leandro LLull

 


El empalme entre experiencia y escritura

POR LEANDRO LLULL

Lejos está este diario de ser la contracara de un libro, fuere de la propia autora (Puelches) o del mítico Juan Carlos Bustriazo Ortiz (Poemas puelches). Su espectro va mucho más allá de la exhibición de un andamiaje o la investigación de un paisaje literario.

En una aventura de fin de semana santo, la protagonista llega a Puelches y se hospeda en el único hotel (propiedad de Juana, una docente jubilada, quien además oficia de guía). De entrada, las cosas parecen simples: conocer el lugar que muchas veces se vio desde un colectivo y sobre el que se escribió un libro sin haberlo visitado. Sin embargo, luego de la primera recorrida, la breve urbe se expondrá como un fenómeno nebuloso.

Las casas, los vecinos y las criaturas serán puestas a dialogar con lo invisible, tal el caso de Alberto, el borracho del pueblo, al que se lo encuentra discutiendo con el viento por la mañana, al punto de lanzar puñetazos al aire y luego caer de bruces. Ese gesto constituirá una clave: la escritura como posibilidad de lidiar con lo imperceptible e inflarse con sus ráfagas, igual que la ropa secándose en los tendales.

Las vidas que salen al cruce (niños, camioneros, católicos en procesión, mozos, evangélicos) son manchas que resplandecen opacamente, porque el desierto se establece como zona donde las presencias personales se descomponen, interfiriéndose unas con otras. De ahí que la dictadura, la Guerra de Malvinas y la Campaña del Desierto se sientan como capas superpuestas en las conversaciones entabladas u oídas.

«Busco encontrar el breve instante en el que esta carcasa se dora lo suficiente y pasa a ser la herrumbre del cielo sobre los poemas de la Gomería de Puelches», se nos dice en una de las entradas, y esa voluntad de aprensión manifiesta con claridad el empalme entre experiencia y escritura. De lo que se trata es de construir aquella parte que no está del todo ahí hasta que se la enuncia (sea con una lente o con la letra); el diario no solo como cono de sombra del viaje, sino también la proyección de un espacio humano.

Llegada la hora del regreso, aquello que daba la sensación de escurrirse entre los dedos, cambia de estado. El viaje ciego, concertado previamente con lo leído y lo escrito, cobra entidad y se solidifica en las palabras. El diario, entonces, genera una unidad entre lo aparente y lo patente, lo ilusorio y lo empírico, lo soñado y lo vivido, y encomendándose a la deriva del entorno, supera su intención previa de constatación, para entregarnos una querencia inesperada.


Op.cit.

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