por Hugo García Saritzu*
Los días. El Diario.
El Texto. Se puede decir que entre los días sucesivos y un Diario casi siempre
media un texto, casi siempre narrativo. Un pacto entre lo verosímil y lo verídico.
Un pacto entre la ficción y aquello que refiere contingencias cotidianas o
accidentales. Y casi siempre tres ejes: relato de la memoria, registro fidedigno
del coloquio y un narrador en primera del presente (o pretérito perfecto) Casi
siempre.
Diario de Puelches es
una crónica y una memoria a la que se le añade un poemario (dedicado íntegramente
a Bustriazo) y doce fotografías. Y todo ello organizado en la estructura
narrativa de un Diario.
Primera Lectura
Puelches. El Tendal. Diario de Puelches. El Tendal en el
poemario Puelches tenía una
centralidad casi ideológica (ideología como sistema de ideas) y 37 poemas “colgaban”
entre un sal de la casa /me dice y el
título de la sección final Sal de la casa,
entre verbo y sustantivo. Algo similar sucede con Diario de Puelches: 10 fragmentos temporales (y seis fotografías)
“cuelgan” entre dos pautas nocturnas: 1) llegada a Puelches ( El Vía Bariloche frena y bajo. Todavía es
noche cerrada) 2) y la partida ( Se
viene una noche larga de frío e
incertidumbre). La luz es tan débil al comienzo ( el coche –un Polo- de
Juanita) como al final (El final del
viaje esta signado por la linterna). La luz y su persecución fotográfica
será una de las constantes en toda la narración.
El Tendal. Juego de
oposiciones. El Tendal se tensa, se afloja y vuelve a tensar por un juego de
oposiciones que intervienen toda la estructura del texto.
primera: Lo Sagrado y lo Profano. Lo Sagrado funciona en dos planos: una parte temporal; tres días de
Semana Santa y otra parte accidental: la centralidad religiosa del personaje de
Juana, la dueña del hotel -ex monja salesiana, ex maestra, catequista,
profundamente católica- y sus personajes satélites: Nora y los misioneros. Unos
personajes que alternan lo naif (Nora en el Via Crucis, los misioneros y Don
Bosco revelado ) y lo “mundano” (Nora y su ideal masculino, los
misioneros y la cámara de Silvia). Lo
Profano. Dos planos concretos, uno inmediato. La comida de vigilia en Viernes
Santo. Restaurante Siga la Vaca. Patricia, la dueña, comenta y justifica su
pírrica oferta de comida de vigilia (porque
el año pasado me la comí toda yo). El triunfo de la carne. El apunte para
sí de Silvia, mientras se zampa una costeleta con papas fritas: “(… para mí ya es el fin de la vigilia, hace un
mes que no como carne) remata el tema y adelanta el otro plano: La
distancia irónica. Aparece a lo largo del texto e interviene, sobre todo, en el
coloquio de Silvia con Juana. Sin embargo suele aparecer ligada a lo estrictamente
religioso, por ejemplo en la lectura que hace Silvia, en ausencia de Juana, del
texto del padre Angel Boudo y la mula empacada, aunque todo palidece ante el
Vía Crucis. ¿Se podría decir que el Vía Crucis de Puelches parece una escena escapada de una película de
Buñuel, Fellini o Berlanga? Se podría decir y no errar. Las estaciones pintadas
a lápiz y pegadas en postes de la luz, el relato de cada estación en
fotocopias, una procesión de no más de diez personas, incluidos los misioneros,
Juana que traslada en el Polo a su amiga Nora, Silvia y La Verónica. Silvia y
la lectura en voz alta de una fotocopia y sus acotaciones “en voz baja”: (…) (continuo) sacando fotos y pensando en esa experiencia religiosa (…) y nunca
nadie me va a preguntar por mi silencio en los rituales). Esta distancia
irónica que le quita tensión al Tendal vuelve, de un modo más sutil, al final
del texto: el día de Pascua de Resurrección Silvia y Juana visitan el
Cementerio de Puelches. Inventario de tumbas, muertos y cruces durante la
celebración de la resurrección de la carne.
segunda:
Coloquio y Observación. UNO. La oralidad. El registro de lo
coloquial, de la oralidad inmediata, en pos de lo fidedigno suele hacer de un Diario
la víctima propiciatoria del beharovismo, es decir, no mover la narración ni
ápice de la “realidad objetiva” (Hemingway, Dos Pasos…) Ese riesgo se evita en Diario de Puelches: el afán objetivista
es subsidiario de los personajes y no interviene en su configuración.
Juana. Juana es
“Residencial Juanita”, es Polirubro Juanita, es la orgullosa constructora de
cruces, es el Polo rojo, es la católica esencial y trentina de Puelches, es quién pinta Rosa Puelche y recita a
Bustriazo. Y siempre acotado con un: ¡Qué se yo! o ¡la pucha! El elemento común
a todos estos rasgos es su arrolladora oralidad dialógica, que, aunque
centralizada en Silvia, desliza alguna variable como la escena del tambo de
cabras o la autoreferencia o la tozudez (documental
sobre la pesca de truchas Steelhead)
DOS: La Observación. El Diario
de Puelches. El punto de vista, el yo narrativo y el monólogo que interioriza
la observación.. Dos escenas. 1ª La
Ferretería. Silvia y las fotocopias de libros de Puelches. La fotocopiadora
en la trastienda de una ferretería. El espacio de la ferretería podría iniciar
un cuento de Rozenmacher. Tres mujeres buscan hilos en un mostrador–heladera
apagado. Silvia las observa mientras espera. Ellas le buscan palabra y diálogo:
cambian los hilos por la curiosidad. El yo narrativo las interioriza
convertidas en Las Tres Gracias. Un hombre, Alberto –el andar recuerda a Bustriazo y por los mismos motivos-, provoca la diáspora de las tres mujeres. Él y Patricia
Caringella –la hechicera-, una de las
Tres Gracias, llevarán el hilo y el nexo a la escena 2ª Restaurante Siga la Vaca. Restaurante de carretera que regenta
Patricia Caringella, enérgica de palabra –casi una doble de Juana-, en cuanto
entra Silvia recupera el hilo del diálogo iniciado en la ferretería, sin
embargo sabrá especular así que vaya percibiendo las respuestas. El yo
narrativo abre el angular y entra Alberto que viene de la ferretería. Un ex
alcohólico, habla solo,-mastica las
palabras- y canta lindo mientras
espera la comida. La foto de Alberto “el rescatado”: Todos están en plan de rescate con este viejo. Cuando va apareciendo,
como el gato de Alicia, se quejan, pero una vez dentro, lo suman a la rueda. En el restaurante hay otro Alberto: un
camionero demorado -“clavado”- en Puelches. Más allá de Siga la Vaca solo hay pampa seca y atardeceres
La Cocina. Noche de Viernes Santo. La
cocina de Juana. Silvia y Juana. El yo narrativo pauta la confluencia –no será
la única vez- entre Oralidad y Observación, entre el ímpetu dialógico y la
distancia interior del monólogo. La cocina suele ponerlo todo más fácil, y es
así como coinciden unas truchas de guiso apresurado y una pregunta de Silvia
sobre Bustriazo. La respuesta de Juana precipita
unos hechos que, por su hilaridad surrealista –desde el retrato de Rosa
Puelche, la escena del ropero, las truchas frías, Juana leyendo Canto Quetral o
el “cafecito” de caramelo- podrían recordar, en tono menor, el mítico capítulo
41 de Rayuela, ese gran cuento de Cortázar. Aunque no perseguido, el Viernes
Santo se saldará con un homenaje a
Bustriazo.
Segunda Lectura
Diario de Puelches. El
Tendal y el espacio. Puelches. El pueblo a medias. El abandono a medias. El
baldío poblado a medias. Aquello que está, pero no acaba de estar y aquello que
ha sido abandonado, pero aún no es ruina. Puelches no es Comala, pero, a veces,
se le parece.
El Tendal se tensa..
El yo narrativo mueve el foco constantemente. El edificio de la Municipalidad.
Una parte convencional –recién pintada-
y la otra(…) uno de los dos cuerpos está
o bien a medio construir o bien destinado a dar coherencia a una lógica de las
viviendas de Puelches: la ventana con horizonte, sin techo ni pared La ventana
sin habitación que comunica con su propio vacío. Una ventana merecedora de
un cuadro de Magritte, la conclusión, sin embargo, es otra: Un abandono anterior al abandono. Y,
casi sucesivamente, un encuentro que complementa lo anterior: (…) veo un galpón sin techo, cubierto con una
red de media sombra del tamaño de media manzana..El silencio es total salvo por
algunos ladridos y la brisa que mueve la tela. El foco, en franjas
temporales diferentes se detiene primero en el Bar Posta del Este: Está cerrado casi abandonado. Y después en el Bar El Hornero: Cerrado, pero no abandonado. En los dos
bares el abandono es la variable común ante
la puerta cerrada. Sin embargo, el yo narrativo, después de describir el
interior de El Hornero, se esfuerza e imagina allí a Bustriazo frecuentando
aquellas mesas. Salvar un bar después de muerto, el poeta lo habría considerado
un honor, a pesar de ser sólo pura
especulación narrativa.
Puelches. La
chatarra. La condena a muerte por desuso, por inservible o por viejo: (…) camiones, colectivos y tractores abandonados
contra el horizonte (…) Avanzo y
llego donde están la balanza y la embolsadora, junto a la cual hay un esqueleto
de colectivo que es el verdadero límite entre el pueblo y el atardecer. Más
allá de que la acotación es poéticamente insuperable, quizá el escenario –al
que habría que añadirle la Gomería abandonada-, podría suscribirlo Ray
Bradbury.
La Chatarra. El Tendal
de la RN152. Nadie se detiene en Puelches. El tránsito “ronca” sobre la ruta y
cruzarla siempre tiene peligro. Alberto, el camionero, está “clavado” y quiere
irse cuanto antes. Patricia viaja en camión para ir visitar a sus hijas en
Santa Rosa –(los colectivos) acá nunca
paran-. Se puede pensar que en algún momento la RN152 estiró el asfalto y el
Tendal se desentendió de Puelches. Expulsó camiones,
colectivos y tractores y condenó aquello que aún tenía sentido del espacio
y la mecánica. La ruina sucedió al abandono
Una mujer tiende la
ropa. El tendal acaba en un árbol junto al que yace varada la lancha Río Atuel.
El río, ese otro Tendal que también se desentendió de Puelches hace tiempo. Más
allá de las “culpas mendocinas” que reparte Juana, del río solo llega su ruina:
su corriente cabe en una cuchara se dice de él en el poemario Puelches y su memoria aparece con la
ironía bordeando el escarnio: La lancha
río Aruel sigue en dique seco rodeada de cacharros viejos. La única presencia
de agua son unas mangueras que cuelgan del árbol… La chatarra llega allí donde el río se seca.
Puelches. Diario de Puelches. Más allá del
espacio. La renuncia y la derrota. La resignación y la ruina. Todo cuenta, el
abandono es el mismo. La soledad y la desolación cuando lleguen ya serán parte
de otra factura.
Tercera Lectura
Diario de Puelches. El
tiempo. La imagen. No aquello que queda atrapado y se somete a la
interpretación –evocación, sugerencia, etc.- sino la narración que el yo
realiza del acto de fotografiar y del objeto fotografiado.
Dos atardeceres: uno
el de Viernes Santo:
…agarro la cámara y corro hacia el horizonte. Alcanzo a hacer algunas
tomas de camiones dorados por el atardecer. Justo pasa uno por la ruta queda
apenas una lengua de sol en el horizonte. Voy haciendo toma tras tomade su
desplazamiento: desaparecen juntos sol y camión. Mientras un hombre cruza la
ruta, el cielo se tiñe de rosado.
…Y el otro, el de Domingo de Pascua (con tendal):
Me voy
acercando al límite oeste con una pequeña demora que ocurre al descubrir sobre una
pared azul Francia el definitivo tendal de Puelches colorido hasta lo irreal,
como si se tratara de una instalación de un museo de arte moderno. Y el
último atardecer (… intentaré, con toda
la suerte posible tomar el dorado del colectivo) El momento de dorado ideal, de
herrumbre del cielo sobre los restos del
vehículo llega cuando casi no puedo estar allí. Corro y logro unas tomas
pasables.
El tiempo. La imagen.
La persecución de la luz y las mil palabras imprescindibles. La imagen se queda
para sí el instante, pero el ejercicio de la narratividad pautará siempre la temporalidad de lo efímero.
Puelches. Los niños. Los barriletes. ¿Los
niños tardan en aparecer o se guardan para el final? Más allá de la referencia
del diálogo con Germán, el niño de familia de indios, los niños llegan con la
“barriletada” de la tarde del domingo: ¡más de veinte! –¿casi todos los niños
de Puelches!!-. La remontada. Los barriletes no persiguen la luz sino ganarle
altura al cielo. El foco recorre los accidentes de la remontada, se demora en
el vestido y el rostro muy singular de una nena y consigue el mejor plano de conjunto de la
fotografía final. Y sin embargo no todo se acabará allí.
El tiempo. Despedida
de Puelches. La imagen. Nuevamente los niños y una escena de considerable
calado simbólico. Noche cerrada. Al borde de la ruta, Silvia y los misioneros
–todos, destino Retiro- hacen señales con las linternas para indicarles la
parada a los colectivos. De pronto, irrumpen
un par de nenes de la barriletada que se escaparon para despedirse. Entre
la oscuridad apenas quebrada por las linternas y las voces de la desobediencia
caben todas las interpretaciones. El contexto universal no se mueve de Puelches.
El tiempo. Despedida
de Puelches. La incesante persecución de la luz. Las prisas –que nunca se
igualan- y los límites: ¿sólo ganarle a la tarde la luz que derramará sobre el
esqueleto de un viejo colectivo? El foco recoge y pliega el barrilete, el yo
narrativo despide Puelches y sobre el texto cierra el Diario.
Dos Apuntes
1. Un eje de la tierra
Puelches. El centro
geográfico de la Argentina continental. El monolito que lo recuerda -30
centímetros de alto- no lo indica explícitamente, pero en su lugar aparece –en
bronce- una amenaza del Ejército Argentino de cuatro años prisión “a quién lo
destruyere”. Un eje de la tierra víctima de la soberbia milica. Todo un síntoma
histórico.
2.
Bustriazo
Diario de Puelches.
Bustriazo. Los huecos de su presencia y una epifanía. Noche de Viernes Santo.
Después de la “escena del ropero”, Juana …manotea
un ejemplar de Canto Quetral bastante baqueteado (…). Lee en voz alta
algunos poemas y concluye: Es una gloria.
Lastima lo borracho que era, siempre con los indios, siempre buscando
cadáveres. Le gustaba mucho andar con los cadáveres, cabezas de indio, esas
cosas juntaba. Todas las noches lo veías con el maletín haciendo eses. Todo
oscuro y el tipo con la linterna, ni los perros se le acercaban. Sólo queda
decir aquello que se exclamaba en la época de las cámaras analógicas: ¡A
positivar! Juana acaba de proporcionar un negativo extraordinario de Bustriazo.
Final:
Todo cuelga ya del
tendal. Unos juegos de oposiciones para abrir brecha en la estructura, el
espacio que Puelches convierte en símbolo, el tiempo entre la imagen y la luz y
dos añadidos para aprovechar la soga. Sólo queda esperar que el viento, ahora,
haga lo suyo
Todo en el tendal es
efímero y precaria de sujeción la ropa.
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