Presentación de Puelches
Por Carlos Battilana
Silvia Castro, Puelches, Viedma, Universidad
Nacional de Río Negro, 2018.
Hay una ruta en medio de la pampa
infinita. El desierto que nos contaron los libros argentinos aparece frente a
nuestros ojos como una constatación. A lo lejos surge un promontorio, como si
fueran construcciones de barro y sal. Son unas cuantas casas que se alzan en el
centro de la soledad, para decirnos que la vida es posible en cualquier sitio,
incluso en éste.
¿Cómo será vivir en Puelches? Silvia
Castro narra una anticipación, precedida por una cita de César Vallejo: “Mi
madre me ajusta el cuello del abrigo no porque empieza a nevar, sino para que
empiece a nevar”. Nos cuenta que escribió los poemas sobre el pequeño pueblo
pampeano antes de visitarlo. Es decir, vislumbró algo y esa imagen previa sucedió
primero como acto creativo y luego se metabolizó en la experiencia fáctica.
Hecho paradójico: se escribe para que
acontezca algo, se registra un afuera en términos simbólicos para que se
verifique, luego, como suceso. En una breve temporada, aprovechando los días
feriados de la semana santa, Castro hizo un viaje para confirmar lo que sus
poemas habían previsto con “mágicas similitudes”.
Cruzar en ómnibus ese caserío
pampeano puede provocar un sentimiento doble: subyugación y espanto. Por un
lado, miedo a la soledad; por otro, curiosidad por cómo será la vida en ese
sitio. La autora de este libro decidió descender del micro, mirar el horizonte,
tomarse las cosas con calma y permanecer unos días, pero no como molesta
turista sino como habitante silenciosa de sus calles, traída por el viento y la
intuición.
En este libro, la autora rememora un
viejo oficio, el del telegrafista, cuya tarea consiste en transmitir despachos
y manejar los hilos de la comunicación a distancia. En la invocación de ese
oficio anacrónico se cifra una figura: el pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz.
Este gran poeta vivió y se enamoró en las calles arenosas de Puelches, y ocupó
sus horas en el servicio de mensajes a través de espacios inconmensurables. La
poesía en estado de incandescencia verbal fue posible en ese lugar. Bustriazo
Ortiz, en medio de la llanura desértica, había escrito magníficos poemas a
contracorriente de la sintaxis oficial y de las inflexiones de la lengua
dominante. Mucho tiempo después, Silvia Castro imitará el gesto poético al
reparar en los avatares de ese pueblo, pero ya no como telegrafista, sino
mediante una atención que remite a un oficio ancestral: el oficio de la
tejedora.
Con un discurso de ritmo soterrado,
los poemas de Puelches tejen su
fuerza poética en el contexto de un relato más amplio. La tejedora de tapices y
prendas de vestir, construye, con elementos mínimos y versos lacónicos y
precisos, la trama de los textos. La analogía no es casual. Escribir es también
urdir una trama (de signos) en el espacio del poema.
El libro habla de la vida en el
pueblo y registra su vida cotidiana con pequeños detalles. Elige como ámbito de
enunciación y como espacio de perspectiva un local donde se reparan cubiertas y
se balancean los automóviles. Parece un buen lugar para observar los
movimientos leves del pueblo, y también para ver el movimiento de los autos en
la carretera en dirección a la Patagonia profunda. La gomería, zamarreada por
el viento pampeano, es el lugar donde las cosas de todos los días condensan su
peso y su espesor: “en el mundo de la alineación y el balanceo / el peso se
coloca / del lado opuesto al viento”. Cuadros descriptivos y locuciones cotidianas
(“quedamos en veremos”) son la metonimia de una experiencia vital a medio
camino de todo, con la que es necesario hacer algo.
Por un lado, Puelches narra los avatares del oficio de tejer y los sucesos
cotidianos de los trabajadores de una gomería. Por otro lado, y mediante un
universo de vocablos (aguja, tijera, tela, hilos, puntos, hilván) el libro no
deja de invocar el bordado del poema. Concebido a través de un oficio que hace
de la paciencia su rasgo característico, el poema para Silvia Castro acontece
como hecho sucedáneo. Esos actos, basados en el detalle y lo minúsculo, construyen
materialmente el texto, pero al mismo tiempo no dejan de sostener los días de
los habitantes en medio del “desierto blanco”, para hacer de la trabajosa esperanza
una forma del amor.
Reseña de Puelches por Carlos Battilana publicada en el sitio Solo Tempestad.
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