Bache de hamaca y otros vaivenes






I

en el nido del tiempo
la hamaca es el huevo

¿pero quién fue primero
el hombre
o el niño?

el barro comienza por los pies
se amasa en el bache

un eslabón perdido
entre el cielo y la tierra

la erosión del vuelo
es la punta del péndulo

a medida que el barro
corta los dientes
el bache aumenta de tamaño

ahí donde no se hace pie
flota la madera


II


el niño suelta el pestillo
y  la tierra pierde peso

entre la pluma y el plomo
cae la huella

una rodilla pelada
deja ver
el rezo del pájaro

con las manos en la tabla
el vuelo
no deja rastro


III


el charco muestra al niño del revés
su ascenso es su caída

el agua no toca
madera sin pies

el pichón practica la patada
que va
del aire
al padre

es necesario dar la espalda
para aumentar el impulso

la lluvia hace el resto

desde el bache
se ve
de la suerte
lo que apoya

(Bs As, 2009)



El lado manco



Hace un tiempo quedó atrapado un cable en un mueble y tratamos de sacarlo a través de una luz por la que entraba mi brazo. Sólo mi brazo para tirar del cable y de la conexión, sin tener que bajar por la llave. Para poder meter el brazo dentro del mueble tuve que tirarme al suelo, deslizarlo despacio, aguantar el escozor de la piel entre los cantos de las puertas y tirar con fuerza. Él inclinó el mueble sobre sí para ampliar la abertura y ayudarme a que el brazo entrara más. Insistí, la mano cada vez más adentro, pero no llegaba a la conexión. Por momentos el vaivén del mueble me inquietaba. Con casi todo el antebrazo adentro pensé que si se soltaba el mueble me lo comía limpio, hasta podía sentir los huesos estallados, la carne rota, el sonido seco. No pudimos sacar ese cable, pero seguimos insistiendo un rato más. El brazo salió ileso, él apoyó el mueble en el suelo y bajamos. Otro día alguien abriría el candado.

Un  mes más tarde, la hamaca paraguaya colgaba quieta, casi dormida, con él adentro. Estaba madrugando en el jardín. Yo descansaba en una reposera, cerca, en igual disposición. Extendí la mano, con las puntas de los dedos alcancé los flecos de uno de los laterales y tiré, trayendo hacia mí la tela. El peso contenido me arrastraba en el vaivén y tenía que tirar con fuerza para regresar. A medida que el movimiento aumentó, fue cada vez menos necesario empujar, y el brazo pudo abandonarse. Ya no pesaba.

No sé muy bien en qué parte del peso localizarlo, si en la que sostiene o apoya, en la que empuja y tira, o en la que se abandona. A veces, las más, creo que el amor está en el peso y lo demás es vaivén.

A veces echo mi brazo de menos. A veces, vuelve.



5 comentarios:

Dylan Forrester dijo...

Todo un homenaje lírico a nuestra mágica edad de la inocencia.

Saludos...

Silvia Castro dijo...

Gracias Jorge! Van mis saludos para Perú

Noctiluca dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
iris giménez dijo...

será cierto entonces que el amor es peso y el resto es vaivén y que por momentos el vaivén inquieta, hasta que alguna vez se suelta y te come limpia la extremidad del otro... y si un día se detiene el péndulo y se seca, se sentirá esa sensación de presencia que dicen sentir los amputados?

Silvia Castro dijo...

Eso de la sensación de presencia del miembro ausente es un tema que me mata de gusto, la Mitad Siniestra, que le dicen...

Gracias Iris, me quedé con las re ganas la otra vez de que fuera verano, casi nos come el oso polar en esa esquina del azar. Que sea pronto revancha! Abrazo fuerte