La magia sutil de lo cotidiano

Por Lisandro González (Diario La Capital)


En un ajustado ensamble entre imagen y palabra, conviven y se enriquecen los textos de Yamil Dora con las fotografías de Silvia Castro. Un libro que construye un espacio de felicidad.
El diálogo entre la poesía y la fotografía puede llevar tanto al riesgo de la literalidad —poema sobre flor, foto de la flor— como al de la discordancia —poema sobre flor, foto de cenicero—. Entre estos extremos se encuentra el área de sutileza que hace que cada idioma artístico puede expresar lo propio y, en la confluencia, potenciarse así la belleza de cada registro.
En este espacio de felicidad artística es donde encontramos los textos de Yamil Dora junto a las fotografías de Silvia Castro, en El olor de las hormigas.
Poemas confesionales, de trazo preciso, sutiles; fotografías de sombras, entre cuadernos, papeles y palitos de la ropa, donde dicen las sombras. Así se construye este bello y cuidado libro. "Una coherencia leve" —apunta Beatriz Vignoli—, "un sutil hilo rojo conecta y enhebra el todo". Un "rompecabezas donde la palabra hace foco sobre el amor, la distancia y los fragmentos, la fotografía compromete de manera tenue y amorosa su delicada presencia", asegura la contratapa.
En los versos de donde surge el título se dice "un hombre mira su infancia/ salta el tapial/ siente el olor de las hormigas/ muertas", y el sujeto que recuerda utiliza la poesía para dar ese salto hacia la memoria —y también hacia el territorio de los hijos—.
Poemas donde la cotidianidad abre el registro de lo poético, como en esas cartas donde el poeta habla del sol, "del olor de las flores/ de tu viaje a Egipto", o del viento, "del desorden del mundo/ del agua que filtra en el techo", incluso cuando pueda ser "peligroso mirar".
Sin pretensiones es como Dora consigue plasmar la búsqueda que emprende la poesía, de "un río/ un bosque" o simplemente "algún bar abierto" (aunque más adelante lamente que "el bar estaba cerrado/ y mi corazón/ perdido").Y para rescatar la infancia nos trae, por ejemplo, el recuerdo de un futuro poeta que en aquel entonces se creía tenista, "Ivan Lendl es el número uno", como haciendo honor a Dylan Thomas cuando decía que "la pelota que arrojé cuando jugaba en el parque/ aún no ha tocado el suelo". Y esa infancia propia se enlaza con la infancia de sus hijas, a una de las cuales le miente con angustia que las palomas no se mueren.
Yamil Dora, de Casilda, posee una abundante obra en poesía y una novela publicada, Los lindos. Silvia Castro, nacida en General Roca (Río Negro), vive también en Capital, y además de fotógrafa es poeta.

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