La poesía menor de edad





La poeta y docente Silvia Castro describe algunos aspectos de la poesía escrita por niños, que en buena medida iluminan en su grado lúdico, imaginario y ritual las condiciones, estrategias y procedencias de la poesía como arte en sí.

En la plaza del barrio, en el patio de la escuela, en el recreo, sin maestros ni padres, en la vereda, los chicos sostienen la poesía, la más elemental y sonora, la que respira en sus juegos, la que aflora inesperadamente y sin filtros cada vez que intentan dar cuenta de lo que los asombra, inquieta e interroga.

Del mismo modo nuestros remotos antepasados se sintieron acunados por el canto, estrechamente vinculado a la poesía a través de la sonoridad y el ritmo. El sonido es uno de los primeros elementos por medio de los cuales se comienza a conocer el mundo. Mediante él, inicia el contacto con la realidad que nos rodea, y las primeras decisiones, apetencias y temores se manifiestan sonoramente.

En poesía, el significado desborda el contenido de las palabras, que se ve atravesado por la repetición, el silencio, la sonoridad. El lenguaje poético circula en la infancia con naturalidad, no tiende a enseñar sino a compartir, dispara la emotividad y la creación, y ofrece la posibilidad de jugar con todo el potencial de la palabra.

La poesía está también y sobre todo presente en los modos de conocer y dar respuesta a los interrogantes que suscitan los sujetos, objetos y fenómenos circundantes. De igual modo que los humanos originarios, el niño se pregunta por todo lo inexplicable y misterioso, y lleva consigo respuestas parciales que, puestas en contacto con las de sus amigos y compañeros, constituyen un insumo de un altísimo grado de poeticidad. Escuchemos esta conversación infantil en un taller, en el que un grupo de chicos compilaba “preguntas que quizás no tengan respuesta”, y los comentarios que éstas suscitaban:
¿Por qué las sábanas no son transparentes?
Para que no se les vean los fantasmas.

¿Por qué no muerden las cucarachas?
Porque ya tienen algo espiritual, son asquerosas como las moscas.

¿Por qué hicieron las estrellas?
Porque agarraron las cinco puntitas y las empezaron a unir.

¿Dónde duermen el espacio y las estrellas?
Las estrellas se van al lugar donde no es de día, si están en Uruguay se van a España.


La lectura y producción poética compartida habilita un espacio para poner en juego pensamientos, temores, misterios, preocupaciones. Toda selección de acciones y lecturas imprime un rasgo particular que, en casa y en el aula, debería contemplar y respetar la riqueza de la mirada de ese lector iniciático. Las deducciones de los adultos son generalmente un patrimonio extraño a los chicos; por esto es preferible liberar al pequeño creador en la propia sensibilidad que bien puede ser construida desde  el contagio de la pasión adulta, pero nunca como un contenido obligatorio  impuesto por padres o docentes. Se corre el peligro de tirar al niño con el agua del baño lógico.

Hay una palabra viva y dinámica que, más allá de su significado de diccionario, se continúa cargando de sentidos en virtud del contexto inmediato en el que aparece. Se ve atravesada por el ritmo, por el silencio, por su ubicación respecto de otras palabras. Cada una derrama significado y, a su vez, se resignifica en su relación con las demás. Esto permite que puedan aparecer palabras inventadas y que podamos reponer u otorgarles un sentido por su sonoridad, por su posición, por su cercanía a otras. Obsérvese estas entradas escritas por chicos de ocho años en  su Diccionario Ilustrado de Disparates:

Subestián: superhéroe que cuando los pasajeros se quedan sin crédito él se los recarga y cuando es urgente va volando hasta el colectivo.

Miartes: día de la semana mezcla de martes y miércoles.

Pararrisas: paraguas útil para deshacer todas las risas de los cumples divertidos.

En tiempos de velocidad y pragmatismo exacerbado, cabría preguntarse cuál es entonces la utilidad de la poesía en la infancia, y la respuesta nos ubica de inmediato en el núcleo del problema: la poesía carece de utilidad, es decir, no “sirve” en cuanto a instrumento, a aplicaciones más allá de ella misma. A menudo, desde la escuela, se establecen relaciones no del todo exitosas entre la lectura de poesía y los chicos, precisamente porque se pretende darle un uso, ya sea para ilustrar un tema, para hacerla agonizar en el fracaso sonoro de los actos patrios o para diseccionarla en pos de la identificación de categorías gramaticales.

Muchas veces los adultos en casa, en la escuela, en los medios de comunicación accionan de modo tal que se va borrando la memoria poética que los chicos traen desde la cuna. Afortunadamente y como contrapartida existen nuevos formatos que están ingresando a la infancia con resultados más felices, eficaces, democráticos y horizontales que sus precedentes. Tal es el caso del libro álbum, portador privilegiado de las poéticas que prefieren los chicos y jóvenes actuales, nativos digitales y empapados desde muy temprana edad en la cultura de la inter / hiper textualidad.

El libro álbum es un género relativamente reciente que se caracteriza por la confluencia de dos tipos de lenguajes, el lingüístico y el visual. Texto e imagen hacen una síntesis; en lugar de uno ser apoyatura del otro, ambos se combinan para tejer una única historia, que genera y admite distintas posibilidades de lectura. El texto-imagen reclama un rol constructivo por parte del lector, que deberá enhebrar el sentido a partir de la decodificación de ambos y de su interrelación. La imagen adquiere funciones del texto y viceversa, ilustra acciones, pero también ahorra la descripción de escenarios y tramas secundarias. Todos sus elementos, la diagramación, el formato, la tipografía, los colores, las guardas, contribuyen a dar sentido.

La apuesta mayor en los talleres literarios debería ser entonces por lo poético no versificado, a fin de evadir el cliché escolar, potenciar y hacer visible la carga semántica del género más allá de la rima y la métrica regular. No se trata de evitarlas, sino más bien de integrarlas a una práctica de taller mucho más abarcativa y osada, en la que no será posible lograr contenidos exitosos si no es a través de la elaboración colectiva, democrática, horizontal, respetuosa del potencial de la sensibilidad infantil y de la materia poética. Sólo así se podrá dar continuidad en los siguientes niveles educativos a esta exploración sin que nos encontremos con el rechazo adolescente al género, verdadero patito feo de la cultura, en la cual se han cristalizado y estabilizado representaciones de lo lírico de las cuales es urgente tomar distancia.

A modo de cierre, comparto este texto de una chica de ocho años en ocasión del armado de un Hechizario:

Hechizo para convertir las cosas movedizas en estatua
4  piedras
14  alas de moscas duras
1 rata entera
1.000 patas de araña
3.433 cuerpos de cucaracha
18  polillas
20  gotitas de sangre de mosca, rata, araña, polilla y cucaracha

Preparación
Cortar en pedacitos a una rata entera. Poner en la olla sal, pimienta, orégano y 1.000 patas de araña. Agregar 3.433 cucarachas partidas a la mitad. Poner 14 alas de moscas duras. Agregar 4 piedras duras. Mezclar 20 gotitas de sangre de mosca, rata, araña, polilla y cucaracha.

Palabras mágicas:

Rana atrapada,
uña de dragón,
que se quede dura
como un carbón.

Todos los ejemplos que comparto son de estudiantes de nivel primario de escuelas públicas argentinas. El dispositivo más apto para el desarrollo del gusto por la poesía en la infancia debería ser el sistema educativo estatal, los programas nacionales y provinciales de promoción de la lectura, y todas las demás modalidades e iniciativas que lo complementen y compensen. Si bien la escuela actual ha dado un salto cualitativo muy grande, hay mucho recorrido aún por transitar. En los niños, el arte puede ser un puente entre un pasado pequeño y un futuro enorme. El tiempo dirá, con su vista aérea, qué dibujos trazó la infancia en cada uno de los incipientes poetas.


 Esta nota fue publicada en la revista Poesía Argentina, en Septiembre de 2013

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