Presentación de Pisagua en Viedma / Rio Negro

 



PISAGUA: UNA EXPERIENCIA





 Por Nito Fritz

Para abordar Pisagua, voy a partir de lo que la propia autora dijo sobre cómo se produjo la escritura del libro, y voy a empezar con una cita de Juan Rulfo, de Pedro Páramo que Silvia utilizó para explicarlo: “comencé a sentir que se me acercaba y daba vueltas a mi alrededor aquel bisbiseo apretado como un enjambre, hasta que alcancé a distinguir unas palabras casi vacías de ruido…”

También cuenta Silvia que Pisagua empezó como simples notas de viaje, una escritura compuesta por fragmentos, como al dictado, escuchando sin saber muy bien el significado de algunos de esos dictados que por momentos se volvían insistentes, arbitrarios, que aparecían de la nada, pero que se instalaban desde su propio silencio para nombrar.

Para mí como lector, Pisagua ancla también en la Comala de Pedro Páramo, porque Pisagua aunque real, es como esa Comala imaginaria: un lugar donde las voces hablan, muchas voces hablan, para contar sus miedos, sus deseos, las historias de vidas que ya no están.

Y también pensé en ese maravilloso libro de poesía de Eliot: La tierra baldía, hecho de fragmentos, de voces que se yuxtaponen, donde el lenguaje se disloca, se vuelve impersonal, habla a través de personajes, lo que provoca la extinción de la personalidad.

Esas voces en Pisagua van formando capas al igual que los poemas, como lo formaban los cuerpos de los torturados y desaparecidos que fueron derivados allí por la dictadura militar chilena. Porque Pisagua hasta 1930 con el auge del salitre fue un puerto importante para el embarque y exportación de nitrato y con el fin de la industria del salitre, prisión para los diversos gobiernos y durante la última dictadura militar uno de los principales campos de detención y ejecución para más de 2500 personas. Escribe Silvia Castro:

“Un campo de concentración nos un lugar.

Es todo lo que se puede morir estando vivo

Todo lo que se puede vivir estando muerto”.

 

También está en Pisagua, la idea de que la tradición no es solamente una herencia, se la conquista. La tradición implica entonces un sentido de la historia.

¿Quiénes dictaron entonces a Silvia los poemas del libro? ¿quiénes las fotografías que tomó? Dictan las voces de los desaparecidos. El libro tomó así forma, lentamente:

 

 

“un ta te ti

 

de cruces

sin círculos

 

todos perdieron

el cuerpo

aquí.”

 

Porque la sensación preponderante que provoca el libro es el de estar inmerso en destellos, fragmentos donde los cuerpos y las voces dicen. Porque en un momento nos damos cuenta que Pisagua más que un libro de poemas ES UNA EXPERIENCIA.

Hay una línea de Hörderling que tal ayude a entender esto que digo:

“¿Hay una medida

Sobre la tierra?”

Como lectores de Pisagua podemos preguntarnos: ¿hay una medida para la brutalidad, la barbarie, el autoritarismo? Y la respuesta es, no.

Porque lo que gobierna en Pisagua es la muerte. Escribe Silvia:

 

“los muertos habitan el lado subterráneo

de los dueños

 

la tierra es de otros

 

en Pisagua

sólo se está enterrado.”

 

La muerte es entonces una maquinaria que no se detiene, sigue creciendo.

 


 Ese lenguaje dislocado, desenfocado, como el de una cámara fotográfica que busca su objetivo y no lo alcanza o lo alcanza de manera borrosa, sirve para que aparezca la devastación de la muerte, para nombrar la existencia, para decir que algo ocurrió por única vez pero que se repite existencialmente hasta el infinito, para llegar así al presente, a nuestro presente.

 

Roland Barthes decía sobre la fotografía: “Una foto no puede ser transformada (dicha) filosóficamente, está enteramente lastrada por la contingencia…” cuando mostramos a alguien una fotografía le decimos: mirá esto, este es fulano, aquel mengano, este es mi hermano, aquel es mi hijo.

El libro de Silvia provoca eso en el lector, lo obliga a reconocer y a reconocerse en cada línea escrita. Escribe Castro:

“bautizar cada larva nieta y bisnieta

incluso

cada nombre picoteado por el chimango

cada nombre devorado

por el pastizal”

 

Esto hace el poema, ante la devastación y el horror: bautizar cada cosa que el ojo ve, que el cuerpo siente; darle nombre nuevamente, para que no quede en silencio eternamente, porque Silvia Castro quiere decirnos que es posible la justicia y que el poema hoy tiene esa tarea: hacer presente lo que se intentó ocultar y desaparecer. Por eso los muertos hablan y dicen un idioma que nos permite recordar, por eso los muertos son tesoros que brillan en los arenales de Pisagua.

“subirse al ave

 

tomar del tobillo

el ahogado en su propia sangre

 

agitar la furia licuada

sin dilación

 

tomar el eco del que se fue sin delatar

 

soltar las golondrinas

de los nombres

 

llenar de biografía

lo que reste”

Con Ana Grandoso y Nito Fritz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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