Puelches, como memoria larica
por Sergio De Matteo*
Dora Battiston
Puelches1 como
referencia de lo observado a la pasada, como nominación que resuena en el cruce
de caminos, en la trayectoria o tránsito de un lugar hacia otro: “Desde hace
muchos años paso por Puelches en colectivo, en mis viajes entre Buenos Aires y
Río Negro”.
Marca/huella (escritura o fotografía) persistente en la memoria
que se resignifica con nombres y acontecimientos (“he tomado fotos desde el
camino”); un ejercicio que implica lo que planteara Susan Sontag en “La caverna
de Platón”: “Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado”. Podríamos
parafrasear que escribir —sea poesía, diarios o ensayos— también es apropiarse
de lo real que se va desvaneciendo en la duración del tiempo como arena entre
los dedos y que el arte, por medio del registro testimonial, suspende su
disolución.
En el nombramiento se asocian y encabalgan la vida (la obra) de
Silvia Castro y Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Desde lo vivido en el pueblo se
asientan los pilares de Los poemas
puelches (1954- 1959), donde se detalla y destila “La tierra puelche, qué
dura,/ qué antigua y triste su sangre./ Yo anduve allá con mi canto./ Ya
volveré, sal del aire!…”. Bustriazo enumera aquellos viejos habitantes junto a
sus oficios y padeceres, desde don Ceferino Astengo, el Viejo Quintín, don
Correa, Zoilo Calderón, Taco Peralta, Escudero, Navarro, Ñancucheo, Rosa y doña
Gregoria, la tejedora puelche.
Cada cual con su historia a cuesta, son vueltos eternos en la
poesía y en el canto. Castro repite, de alguna manera, la experiencia de
Bustriazo, y lo explica en el epílogo “La tradición y las memorias de la
poesía” del libro Puelches (2018):
“Hace años que viajo a pueblos con la cámara y la notebook. Por lo general,
escribo antes y al llegar compruebo lo escrito en la geografía, como una
anticrónica. En cada pueblo recorro, observo, hablo con la gente, tomo fotos,
constato la relación entre los poemas que escribí antes de viajar y la
experiencia de conocer el lugar finalmente. Siempre aparecen mágicas
similitudes”.
Castro, al igual que el autor de Libro del ghenpín, recupera y resignifica datos del pasado, lo constata en el terreno, y es así que tenemos el relato de los días compartidos con Juanita, Patricia, las dos María José, los dos Alberto, Josefa, Nora; lo cual será consignado en el “diario” una y otra vez como soporte y disparador de las indagaciones y la experiencia vital.
En este caso Puelches pulsa desde la mirada de soslayo de Castro,
que imagina los poemas, anticipándose a la experiencia en el propio terreno
puelchero, pero a su vez dialoga con la vida y obra del poeta pampeano que ha
residido en el pueblo. Un detalle entre tantos que se podrían destacar, es la
presencia de la muerte, sea por el cementerio, las festividades o los
monumentos. “A veces los viejos pobladores puelches/ me hablaban del tiempo de
los enterrados” refiere Bustriazo en “El camposanto abandonado”; y Castro,
desde esos tres días de semana santa, alude “Subimos al auto y Juanita quiere
saber por qué se me da tanto por visitar a los muertos y sacarles fotos, le
respondo que los poetas somos gentes medio rara. Como Bustriazo, dice Nora”.
Le hablan los habitantes al poeta pampa y también a la poeta
rionegrina: “y Juanita me habla del incierto destino de los huesos del cacique
Francisco Ñancufil Calderón, fundador del pueblo, y la duda acerca de si están
o no en Puelches: El monumento está, pero no se sabe muy bien si los huesos
siguen ahí abajo”. Bustriazo: “Sólo te queda una antigua reja,/ un montón de
piedras y huesos quebrados”.
Tañe el metal su forja de memorias y recuerdos, asociado a las
cosas y a los pueblerinos. El cobre enuncia a Puelches. Bustriazo recopila su
nomenclatura: “hoy lo he visto, cobre antiguo”, en referencia al Viejo Quintín;
“Las peñas cobrizas eran como el lomo/ de una fiera antigua de dormida edad.
Peñascal oscuro, máscara de piedra,/ guerrero de cobre, casa del pencal!”,
atañe a Carapacha Grande, una de las sierras que se elevan al sureste de La
Pampa; y en “El adiós” nos dirá “Aquí supe que el cobre, cuando lo arrancan,/
se hace verde si el aire lo va tocando./ Viento puelche, yo hice coplas de
cobre…:/ cuando soples no olvides que aquí quedaron!”.
“Hay minas de cobre, me dice Juanita cuando llego. Pienso que
entonces sí voy a poder escribir los poemas que pensaba, de hombres
descendiendo por túneles”, anota en su diario Castro.
“Nunca supe contar una
historia.Y como nada amo más que
la recordación y la Memoria —Mnemosyne— siempre he
sentido esta incapacidad como una triste flaqueza. ¿Por
qué se me niega la narración? ¿Por qué no he recibido este don?
¿Por qué jamás lo he recibido de Mnemosyne”.
Jacques Derrida
La alusión de “memorias de la poesía” nos impulsa a trazar ciertas
relaciones que sustentan la interpretación textual, sea poética o narrativa,
por los vasos comunicantes que comulgan. Ante todo
es importante observar cómo las etimologías nos aproximan al núcleo
de los procesos creativos y su entramado. Tanto poesía, del griego ποίησις poiesis, que en su traducción es
“acción, creación, fabricación o composición”; como memoria, que en la
mitología griega, se halla representada en Mnemósine, era la personificación de
la memoria, además madre de las Musas (μοῦσαι mousai). Estas nueve divinidades son las inspiradoras de las artes
y están vinculadas con las diferentes ramas artísticas y el conocimiento. Pero
para el tema que tratamos es interesante lo que afirmara Plutarco, que sostiene
que en algunos lugares las nueve musas eran llamadas por el nombre común de Mneiae, “recuerdos”. Tanto Bustriazo y
Castro indagan y poetizan desde la rememoración desde los hechos y los
habitantes del viejo Puelches como del Puelches del siglo XXI. Inscribe
Bustriazo: “Pero ya lo veo venir al recuerdo/ con sonoras piedras golpeando los
días”; y en Castro leemos: “como los peces/ sólo recuerdo/ la mitad de lo que
vi […] una línea de tiza/ alrededor de la memoria”.
La escritura como anclaje del tiempo presente, pero a su vez como
rememoración de los pasado y a la par como anticipación de lo por venir, de lo
imaginado. Puelches se compone de la conjunción de la palabra poética, de un
diario, las reflexiones y las fotografías, que se abren y articulan en la misma
realidad como proyección de los vislumbrado y lo que acontece en el mismo
territorio. Obra que se retroalimenta con la participación de los habitantes
del pueblo, con sus cotidianidades, vivencias y sucedidos, la historia, la geografía
y la literatura, además de complementarse con otras fotografías (Joaquín
“Jimmy” Rodríguez). Es una obra polifónica, donde las voces se entrecruzan en
un tiempo-ahora, pero, además, se concatenan con las pretéritas que se han
convertido en mito o leyenda, y que funcionan, a la vez, a modo de reservorio
de la memoria.
Diversos actores se ensamblan en el relato, tanto en el itinerario
poético como en el narrativo, complementados con los apuntes y las fotografías.
En el “diario” la preeminencia serán las mujeres, sus actividades, las
estrategias para subsistir, las condiciones materiales o las familias
fragmentadas; y de soslayo se enuncia a los hombres, especialmente a Alberto,
que sirve por sus circunstancias existenciales como referencia para reencarnar
al poeta Bustriazo. En la “poesía” tiene anclaje Lucía, la abuela (“pa ella fue
escrito este libro”) y la vida como tendal, que se verá replicada la imagen en
el diario; pero también confluye, y no mejor dicha la idea, una épica tan cara
y dolorosa para la pampeanidad, que es la problemática de los ríos: “por todo
lo hueco/ pasa el Salado”, “el río llega hasta acá”, “la corriente/ cabe en una
cuchara”, “los Nihuiles/ rompen los espejos”, “Curacó// río sin párpado/ un
agua viva que no ve”, “río inmóvil”, “el río no corre”, “río empacado// si lo
llamo/ Chadileuvú/ tampoco viene// el agua muda de pueblo”, “ahí donde se paran
los ríos/ exhaustos” y “la pampa no puede respirar/ fuera del agua”.
Aún así ese río ausente, que se asocia a la ausencia familiar,
acontece el devenir humano a modo de trama, a modo de telar (“los días contados/
como puntos”), porque las musas tejen en palabras lo viviente (“el pedal de la
máquina/ no para de moverse”) y lo que muere (“todavía no es la muerte/ pero
escucho/ los golpes que pega en la ropa”).
“La historia poética es
indistinguible de la influencia poética,puesto que los poetas
fuertes hacen esa historia al ‘desleer’ a otros, de modo de abrir
un claro imaginativo para sí mismos”.
Harold Bloom
La literatura es un fenómeno intertextual. Un autor o autora se
remite a otro autor o autora, así como una obra menciona o refiere a otra obra.
Julia Kristeva puntualiza que “todo texto se construye como mosaico de citas,
todo texto es absorción y transformación de otro texto” (Kristeva, 1978), y
Gerard Genette define “la intertextualidad, de manera restrictiva, como una
relación de copresencia entre dos o más textos” (Genette, 1989). Pero también
es posible la intertextualidad interna (influencia de un texto en sí mismo), lo
que Lucien Dällenbach (1976) denomina restreinte
/ restringida (entre distintos
textos de un mismo autor o autora).
Algunos ejemplos interesantes son el verso “sal de la casa/ me
dice”, que se convierte en título de la última parte o capítulo de Puelches (2018). Leemos en el mismo
libro: “las cortinas/ se llenan de tierra”, y en el diario: “el poema de cortinas con que arrancó el libro de Puelches y “mi versión real del poema de
las cortinas que se llenan de tierra”.
Las filiaciones o las influencias demarcan estilos o poéticas,
pero a veces, incluso, se comportan como disruptores para que la productividad
textual encuentre y practique su propia experiencia del lenguaje, de las
metáforas. En ese caso la filiación con Bustriazo sirve como disparador pero se
convierte en el proceso en un nuevo texto, se disemina, tal cual lo señala
Roland Barthes: “según la vía de diseminación (imagen que asegura al texto el
estatuto no de una reproducción, sino de una productividad)” (Barthes, 1973). Entonces,
anteponiendo el registro de Puelches, como significante, que se anuda a la
nominación poética de Bustriazo, podríamos anotar la huella y la poetización de
Castro: “Hacía poco me había enterado de que en ese pueblo pampeano el poeta
Juan Carlos Bustriazo Ortiz había sido telegrafista, un oficio cautivante por
su anacronismo y por el encanto del código morse y el sonido del transmisor.
Allí conoció a Rosa Puelche, una maestra del lugar, de la que se enamoró y a la
que dedicó gran cantidad de poemas”.
La autora cuenta la metodología de trabajo, lo que complementa la
producción del libro de poemas y el diario, así como la fotografías como
apoyatura y contención de lo real, mediante la
representación metafórica: “Durante tres días llevé un diario
minucioso […] de lo vivido allí; si bien registra todo lo acontecido, me
interesó más el hecho poético anterior y su contrastación con la experiencia.
Escribí los poemas a ciegas, antes de
ir, imaginándolo todo”.
Por lo tanto, filiación más diseminación, Bustriazo dialoga con
Castro, se cuela en sus reflexiones y sensaciones: “Alberto tiene el mismo
andar de Bustriazo, y por los mismo motivos”, “Estudia letras, tiene de
profesora a una ex de Bustriazo […] Le comento que el último diciembre hicimos
allá un homenaje al poeta con gente de la zona y de Buenos Aires”; “Le pregunto
si lo conoció a Bustriazo. Claro, me dice, pero más a la Rosita, la Rosa
Puelche, que era maestra como yo y era la novia en ese entonces. Una noche yo
no me podía dormir, era tarde, y estaba leyendo en voz alta la Rosa Puelche. Me
vino como una inspiración, agarré tiza y me puse a dibujarla”; “Manotea un
ejemplar de Canto Quetral bastante baqueteado y lleno de marcas hechas con
estampitas, pedazos de facturas y otros papeles. Abre el libro y se pone a leer
en voz alta, declamando versos del flamenco. Es una gloria, dice”; “Imagino a
Bustriazo sentado en una de estas mesas en sus tiempos de telegrafista de
Puelches”.
“Nadie puede conocer la
vida de las ciudades consideradacomo hecho social si no
ha asimilado las obras y las novelas producidas por hombres
que han vivido en ciudades y han descrito la vida de sus
habitantes”.
Lewis Mudford
La poeta y fotógrafa Silvia Castro nos advierte en el epílogo de Puelches que “Lo que lleva a escribir es
muy diverso. Pueden enumerarse elementos visuales y sonoros […] El paisaje
irrumpe con sus colores, texturas, sonidos, personajes, climas, y el texto toma
cuerpo con todo eso”. Sea un lar, un
paraje o un pueblo, sumados e identificados sus contextos históricos,
artísticos, se constituye el paisaje cultural (Heredia, ), y de ahí que puedan
asirse e interrelacionarse los hilos que sujetan a su fundación, tradición y
existencia.
Puelches entendido como “una
historia que fluye junto al Salado”, según la rúbrica de los editores Claudia
Salomón Tarquini, Paula Laguarda y Carlos Kus (2009), se nos presenta en el
escenario pampeano signado por su cercanía con Lihué Calel (en mapudungun,
Sierras de la vida) y las pinturas rupestres, el pasado engarzado en los
pueblos originarios, como aludiéramos en una cita de Castro referida a Ñancufil
Calderón, y la presencia de Bustriazo Ortiz que decide datar el inicio de su Canto Quetral (en mapudungun, fuego) en Los poemas puelches.
En el capítulo “La comarca poética de Juan Carlos Bustriazo Ortiz”
la profesora y poeta Dora Battiston infiere sobre la relación biográfica de un
autor y su obra literaria, que no debería influir, pero que el caso de
Bustriazo da por tierra con dicha rémora. Resalta: “encontrar un hilo más fiel
para conducir al centro del laberinto que la mención de lugares
donde una fuerte experiencia de vida determinó la mímesis poética. En este
caso, Puelches, el lugar que la escritura convierte en mito”.
La ciudad (o pueblo, aldea, villa, paraje) —cualquier ciudad (o
pueblo, aldea, villa, paraje)— además del lugar geográfico en que se asienta,
del territorio urbano que ocupa, es también un espacio literario, un artefacto
en el que se funden el mito, la invención y la realidad. “La ciudad — dice Luis
Hernán Castañeda— es una metáfora de extrema ambivalencia: convoca imágenes de
orgullo (Babel), corrupción (Babilonia), perversión (Sodoma y Gomorra), poder
(Roma), destrucción (Troya, Cartago), revelación (Jerusalén)”.
La topografía de la ciudad o del pueblo es la refracción del mundo
interior de quienes han residido, residen, y que se multiplicará con los que la
vivirán, sin olvidarnos de los aportes de los viajeros o viajeras. Por eso
coincidimos con el poeta chileno Jorge Teillier y su concepción de la poesía
lárica, de un retorno que implique el lugar fundacional desde donde proyectar
una literatura, una poética. Ana Traverso plantea en “Lo lárico y la
recuperación de la historia”: “poética basada en la memoria testimonial que
busca mantener a los miembros de su comunidad en relación con su pasado
histórico y su tradición cultural. La poesía se homologa al mito en su
movimiento ritual y cíclico en busca del pasado arquetípico”.
Es inevitable citar alguna ciudad/pueblo y que no se la asocie a
cierto personaje. Se da una simbiosis tan perfecta con su ciudad/pueblo natal o
de adopción que ya no es posible mencionar a uno sin evocar inmediatamente a la
otra. Por ejemplo, Baudelaire y París; Woolf y Londres; Pessoa y Lisboa; Borges
y Buenos Aires; Cavafis y Alejandría; Joyce y Dublín; Kafka y Praga; Woody
Allen y Manhattan; Bustriazo Ortiz y Puelches o Santa Rosa de Toay. Ahora
también deberíamos adosar al topónimo Puelches la obra de Silvia Castro.
Refiere Walter Cazenave: “la literatura asoma a veces en medio de
la consideración toponímica del espacio”. En el libro Les Noms de lieux (1963), de Ernest Nègre, puede leerse que “la
toponimia es un rasgo de la cultura y una herencia cultural”. La literatura se
apropia de las tierras anotadas, de los planos y mapas, de las colecciones con
los nombres de los lugares. El espacio nominal tiene arraigo en la toponimia, y
queda manifiesto textualmente en las obras literarias y técnicas.
Los estudios inaugurales de Battiston, que ha demarcado los
análisis posteriores de las y los investigadores, en torno a la producción
poética de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, resaltan como piedra basal de una obra
monumental la localidad de Puelches, desde donde se construirá desde el libro
primero, Los poemas puelches, el
trascendente Canto Quetral. Una
lógica que pulsa con experiencias y sentimientos, además de lecturas y
anecdotarios, va alineando desde Puelches las vivencias del pasado, sea en
General Acha, Trilí, hasta los parajes, pueblos y ciudades que recorrerá
Bustriazo en su vida, y que serán refractados en sus poemas y en
sus paratextos. Una nutrida geografía de retazos de paisajes y personajes que
abonan sus versos. Semejante a la apreciación realizada respecto al paisaje por
Castro, “colores, texturas, sonidos, personajes, climas”, que recalan en la
constitución del texto, que estará anudado a la toponimia, tal cual lo plantean
Cazenave y Nègre.
Noé Jitrik en “Voces de ciudad” apunta que “se puede hablar [...]
de ciudades aparentes y ocultas, de ciudades museo, de ciudades industriales,
de ciudades éticas, de probables ciudades tecnológicas, de ciudades como
textos, de ciudades como obras de arte”. En consecuencia, al considerar dicha
particularidad creativa, es decir, considerar las diversas connotaciones en que
puede hablarse de una ciudad o pueblo, por sobre todo, nos atrae la
interpretación de ciudades (o pueblos) como obras de arte. Bajo tal concepción
se advoca a poetas, escritora/es e investigadora/es, pues cada una/o de ella/os
habrá de incubar su “testimonio” sobre el “lar” a través de las obras que
remiten a ese pasado y pulsan en el presente. Empero ahí laten las pulsiones
con su bagaje histórico, cultural y existencial en Los poemas puelches de Bustriazo, y en Puelches de Silvia Castro.
Entonces, así como se tiene la ciudad-concepto, la
ciudad-diseñada, la que existe en el plano de la realidad; también se
manifiesta la ciudad imaginaria, la ciudad-palimpsesto, la ciudad que es
continuamente armada, desarmada y vuelta armar, en cada uno de los libros —en
cada una de las obras de arte—. Manifiesta Rosalba Cambra (1994): “Pero las
ciudades también se fundan dentro de los libros [...] porque no sólo de
canteras, aserraderos, fundiciones, viene el material con que se levantan las
ciudades, sino también de los archivos del imaginario”. Puelches, más allá de
su existencia centenaria, emergerá nuevamente fundada simbólicamente en la obra
de Bustriazo Ortiz (1954-1959), y se verá potenciada por la el libro de Castro
(2018).
Esto sucede porque la ciudad se manifiesta a través del lenguaje.
En ese sentido, Barthes (1997) infiere que “La ciudad es un discurso, y este
discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sus habitantes,
nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos, sólo
con habitarla, recorrerla, mirarla”. Y ese discurso, ese relato, construirá a
la ciudad como texto, pero, a su vez, se retroalimentará por medio de todas las
formas que pueden representarla, convirtiéndola en miro, en metáfora, en mito.
La ciudad se ha convertido en cultura (Bradbury, 1991), en lenguaje o discurso
(Barthes, 1996), y en consecuencia es, a su vez, literaria, una imagen poética,
simbólica.
“Una fotografía es un
fragmento: un vislumbre. Acopiamosvislumbres, fragmentos.
Todos almacenamos mentalmente cientos de imágenes
fotográficas, dispuestas para la recuperación
instantánea. Todas las fotografías aspiran a la condición de ser
memorables; es decir, inolvidables”.
Susan Sontag
Esa acumulación simbólica nos permite la deconstrucción del texto
literario, en este caso, con todos sus elementos y facetas que lo constituyen,
incluso, sus conexiones con la época, el espacio y los habitantes; además del
aporte que reparan las fotografías. Señala Susan Sontag (2006) que “La
fotografía no se limita a reproducir lo real, lo recicla”. En ese reciclado se
precipita la fuerza de los imaginarios, que constituyen los lineamientos en que
se asientan las obras artísticas.
Hay obras fundantes y nombres de autores o autoras que sostienen
la historia literaria de un pueblo, una provincia o una región. Textos (tramas)
que relatan los acontecimientos de un territorio donde se retroalimentan y
yuxtaponen lo real y lo ficcional. Ese capital simbólico conforma una
biblioteca que se convierte en referencia de generaciones y, a su vez, de
disputa y debate respecto a la tradición, los mitos y las identidades de un
lugar.
Puelches, funciona dentro de un sistema cultural a modo de punto
de encuentro, tanto desde las metáforas que se encuentran inscriptas en las
obras poéticas de Juan Carlos Bustriazo Ortiz y Silvia Castro, como desde las
fotografías que han sido registradas por Joaquín “Jimmy” Rodríguez y la misma
autora de los diarios y el libro Puelches.
Sergio De Matteo
Junio de 2022, Santa
Rosa de Toay.
1 Puelche (del mapudungun: pwelche, que significa “gente del este”) es uno de los pueblos indígenas que habitaba los valles cordilleranos de Chile y al este de la cordillera de los Andes en el Puelmapu (actual territorio argentino).
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