El texto es, por definición, un tejido. Sentidos que aprendemos, realidades (si tal cosa existe) que intentamos condensar en una palabra, que robamos de lo que nos antecede, o que simplemente, inventamos. Todo ello, siempre, para darnos una nueva manera de ver y vernos. Silvia Castro, en su libro Puelches muestra esta herencia, teje un entramado que es duelo, que es pérdida, con la mirada de quien descubre un pueblo, como un fantasma. Con un estilo minimalista, refiere su estadía de unos pocos días, en Semana Santa, en el pueblo de Puelches, La Pampa. Es la misma Silvia la que cuenta que los poemas de este libro fueron escritos antes de conocer ese lugar, el mismo en el que Bustriano Ortiz viviría, se enamoraría y escribiría telegráficamente, quizás, poemas de amor. Su lírica asoma en movimiento, de manera fragmentaria, como una sucesión de imágenes visuales y sonoras que se despiden desde la ventanilla de un viaje. Sin embargo --como ella misma lo expresa - el hecho poético es anterior a la experiencia: “Hace años que viajo a pueblos con la cámara y la notebook. Por lo general, escribo antes, y al llegar, compruebo lo escrito en la geografía, como una anticrónica”. Hay en la autora una búsqueda de trascendencia en lo que escribe; la necesidad de persistir a través de la palabra masturbadora, que le permite constatar su propia existencia. Así lo expresa en el comienzo del poemario: —Abuela, ¿qué hacés? —Me estoy tocando. —¿Cómo? —Me estoy tocando, a ver si estoy. Cuando murieron sus ojos, Lucía se tocaba con las dos manos el rostro, la cabeza, los hombros, la cadera, las piernas, buscando su límite. Por ella fue escrito este libro. Y su libro se desliza, desde las mujeres que cosen la vida, junto al río que fluye, que no para, como un camino de muerte. El quehacer diario se convierte en necesidad imperiosa para sobrevivir; agujas e hilos cosen nuestros recorridos como lectorxs, se hilvanan en historias llevadas por el Salado, el Nihuil y el Curacó, donde podemos hacer la primera parada. Si seguimos avanzado, podemos llegar a esos parajes en los que Castro aborda lugares necesarios, como la gomería, en donde logra quebrar la grasa y la denigración de la mujer de almanaque, en misterio poético. Hay, además, un aljibe, que da de beber a una tortuga, y la pampa - siempre la pampa- en la inmensidad de la noche, rogando ser asida por la voz poética que perpetúa, entrelaza, todo lo que nombra. A partir de su lectura Puelches deja de ser solo un pueblo, y pasa a ser un estado, una atmósfera que contagia al ojo de la cámara con el que enfoca, pero además y mucho más allá, una razón de ser. Su mirada fragmentaria anticipa el paisaje y le confiere esa infinitud que tantos ojos, antes, han intentado aprehender en nuestra literatura. Puelches Silvia Castro La Tejedora, Editorial UNRN Viedma 2018 |
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