El olor de las hormigas por Marcelo Cutró
Estamos ante un
libro-objeto y como alguien dijo hace muchos años, todo “objeto” es causa del
deseo.
“Saltar el tapial y
volver a la infancia” dice Yamil Dora en uno de sus textos. Toda infancia necesita paisaje. Quizá esta
noción motive la forma de este apaisado libro. El horizonte de este autor han
sido los bares. La noche, los mayores, sus abuelos, los barcos, el cabaret de
papá, los tíos, las copas. “las sillas sobre las mesas, botellas vacías, un
largo paredón sin nada” dice en otro pasaje. Ahora, de grande, el poeta confiesa: “yo busco un lugar donde
poder estar solo, un río, un bosque, algún bar abierto”
Nacido en esta
ciudad, Yamil Dora evoca su memoria con un dulce aliento a bebida fresca.
También ha tenido bares, ha replicado su estirpe familiar, y ha tenido hijas que siguen velando sus
sueños. He compartido charlas con Yamil, muchas, en bares obviamente. Siempre
habla de sus hijas, siempre. Aquí en estos textos, para referirse a ellas salta
otro tapial. El de la tristeza y la añoranza, para decirles que allá “en Bs As
hay pocas Renata, que cuando la extraña se va por ahí, pregunta por ella y mira
la única foto que tiene”. Rememora desde el nombre, desde la distancia o la
inmensidad, desde los países que empiezan con hache, Holanda, Honduras pero
ella es Helena, un territorio extenso, una Nación llamada Helena como Helena de
Troya.
Así este mapa de
infancias, nos conduce a un patio, donde este hombre jugaba al tenis y era
(como todos éramos en ese punto de nuestras vidas) Ivan Lendl, y nos hace
verlo, vernos, en ese estado de plenitud siendo el mejor, los mejores del
mundo. También nos muestra como se ve la
ruta camino al mar, cuando se tiene seis años, desde el asiento trasero de un
Torino en pleno Enero donde suena Alberto Castillo.
¿Cómo era aquel
tapial que este hombre tuvo que saltar para sentir el olor de las hormigas?
¿Cuántos libros hay
en la vida de un poeta? ¿Cuántos libros hay en este libro?
La poesía de Yamil
Dora lleva una cinta celeste. De esas para regalo. Nos obsequia nostalgia,
libertad, encuentros, desencuentros. Repara en los detalles del devenir hombre,
devenir padre, devenir poeta, con una perdurable ternura, esa de todos los
días, de cada día, cada noche con amigos, donde cada palabra es una copa de
vino, un fuerte abrazo.
¿Cuántas infancias
hay en la vida de un hombre?
¿Cuánta luz? ¿Cuánta
sombra?
Silvia Castro,
fotógrafa, la otra autora de este objeto-libro ha saltado también, hacia el
encuentro imposible, del ojo con ese instante ciego que supone la obturación
para que la luz conforme la imagen. Entonces nos espeja. Devuelve a nuestra
vista un libro abierto con pantallas en blanco donde se proyectan sombras.
Evocando elementos de la niñez pero como
si la cámara hubiera sido utilizada por un chico. A la vez, nos deja una señal,
un señalador, una cinta celeste, esas para regalo, para marcar, para entrar o
salir del tiempo. Este trabajo acompaña al otro trabajo. Como una misma bandera
que se agita con las dos manos. Estas fotos retratan el tiempo.
Un gran maestro, me
dijo que la poesía religa, une. En casa de esa misma persona conocí a Silvia
Castro que también es poeta. La vida y otra poeta enorme y gran amiga, Julia
Magistratti me presentó a Yamil Dora quien en nuestra primer conversación
menciona a otro gran artista que ha dado esta ciudad de Casilda, Oscar Martínez
Dalmaso, a quien tuve el honor de conocer y disfrutar de su amistad. Es cierto
entonces, la poesía religa, une. Personas, disciplinas, edades, tiempo.
Los convoco a saltar.
Saltemos ese tapial. Abramos este libro. Miremos, más que nada porque hay un
poema que Yamil finaliza advirtiendo: “es peligroso mirar.”
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