Silvina Ocampo
En ocasión de la entrega del premio de poesía Bioy Casares en Las Flores -del que fui jurado-, llamó mi atención una fila de pupitres en el Concejo Deliberante, sobre la cual una niña dibujaba. Mientras, poetas y narradores compartían el brindis de homenaje a Silvina Ocampo, por el XX aniversario de su muerte. Tomé varios retratos de la concentrada artista hasta que levantó la vista, notó mi presencia y cubrió su rostro con la mano. Instantáneamente vino a mi mente el retrato que Sara Facio hiciera de Silvina, su poema "La cara" y también el recuerdo de otros poetas y escritores para quienes su imagen fotográfica fue conflictiva:
Henry Michaux
En ocasión de la entrega del premio de poesía Bioy Casares en Las Flores -del que fui jurado-, llamó mi atención una fila de pupitres en el Concejo Deliberante, sobre la cual una niña dibujaba. Mientras, poetas y narradores compartían el brindis de homenaje a Silvina Ocampo, por el XX aniversario de su muerte. Tomé varios retratos de la concentrada artista hasta que levantó la vista, notó mi presencia y cubrió su rostro con la mano. Instantáneamente vino a mi mente el retrato que Sara Facio hiciera de Silvina, su poema "La cara" y también el recuerdo de otros poetas y escritores para quienes su imagen fotográfica fue conflictiva:
Henry Michaux
Hay pocas fotografías suyas: una de ellas, de autor ignorado, lo muestra lejano, irreconocible, al final de lo que parece una colina de detritus. Un escritor argentino, Lysandro Galtier, viajó con él en 1936 y anota: "no pudimos lograr que consintiese en fotografiarse con nosotros". Michaux afirmaba: "desde hace años he dejado de depender de mis rasgos. Ya no habito esos lugares". (J. A. Millán. La escritura del rostro)
Maurice Blanchot
El cineasta Hugo Santiago respeta en los 57 minutos de su Blanchot el tabú figurativo que siempre pesó sobre el escritor, y que se autoimpuso para convertirse en el más elusivo de los escritores franceses del siglo XX, pero aun así no renuncia a mostrar las dos únicas imágenes que lograron burlarlo. Una es una foto de juventud, tomada en Estrasburgo en los años treinta, donde Blanchot comparte con Emmanuel Levinas un asiento improvisado sobre el capot de una vieja camioneta; la otra, que un paparazzo tenaz le roba y publica en la revista Lire, es de 1985: el escritor, de 78 años, está de pie en una playa de estacionamiento, con un carrito de supermercado, junto a un Renault 5 blanco. Santiago la deja quieta un instante, como perplejo ante un milagro; la reencuadra, tratando de aislar un rostro que no hace más que esfumarse, y luego, desalentado, vuelve al plano general. “¡Larga vida, viejo lobo!”, dice en off la voz del cineasta, y la figura del escritor -sólo ella– empieza a desvanecerse en la fotografía. (Alan Pauls, 9/3/3)
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