Poesía y fútbol, un solo corazón
Este, me digo, es un libro singular. Una poética nacida en el interior de una cancha de fútbol, en la experiencia del pasto sintáctico y la pelota de cuero, en el crimen perfecto de un gol. No tiene que ver con la inspiración de una mera observadora frente a una pasión popular que no le pertenece. En Silvia late un corazón futbolero y una se pregunta cómo hizo para escribir sin diluirlo (creo que no debe haber nada más desafiante para el lenguaje escrito que hablar de una pasión), cómo hizo para apropiarse incluso de afirmaciones taxativas, como suelen ser los decirles del corazón y volverlas un acierto de media cancha. Seguro, pienso, si esta chica juega como escribe, es una estratega muy hábil. Por la manera de construir poemas me la puedo imaginar gambeteando varios metros y al final cruzar el arco con una elegancia tal que te deja pensando cómo no la viste venir. La ficha de la precisión de la jugada, como lectora te cae en los remates. Cito algunos ejemplos, sin querer spoilear, aunque tal vez lo haga:
La pelota detenida en el aire
es el único techo.
La vemos venir resbalar elegir
en cuál de nosotras va a empollar
su huevo invisible.
de Ver más vidrio
*
En el área las sombras convertidas
una vez más
en mujeres flotantes.
Vivas.
de Laureles
*
Hacer el gol
no para que entre.
Hacer el gol
para escucharme gritar.
de Doble de cuerpo
Cuando me invitó a participar de esta presentación le
aclaré: Silvia, yo de fútbol nada, pero de poesía un poco más. Ella aceptó
porque en verdad las dos sabemos que los temas no importan en poesía, que todos
los temas en poesía son la poesía. Aunque qué lindo es mirar por el ojo del
poema una escena en particular, con su propio campo semántico, su ley, su
ritmo, su dos tiempos - verso y corte de verso-, su sentido único, que es la
fusión de todo esto. Un espacio vacío es el poema, pero lleno de sí mismo. Como
una cancha, no precisa un permanente relato para que hable su espíritu, su
razón de existir. Silvia plasma en versos lo inenarrable de la experiencia
futbolera y te teletransporta metaforizando lo que de la experiencia sólo se
puede contar no contándolo, es decir, con metáforas, con espacios vacíos de
solidez material. Recuerdo especialmente una metáfora que pertenece al poema Planta
permanente, y habla de una pelota que es a la vez un hueso suspendido en el
aire, un hueso que da vueltas en la altura y no termina de caer. Más allá de la alusión canina, de la
expectación del perro o perra por cazar su tesoro, leo esto y me pregunto si
está hablando solo de fútbol y de canes o si también habla, conscientemente, de
desapariciones. Una flecha se dispara en este verso y me lleva a los restos
nunca encontrados, nunca identificados, a las trágicas certidumbres que no
terminan de ser.
Y no es solo en este poema el que me conduce a este tipo de
asociación. En Insoportable levedad, dice: En la barrera/ todas las
camisetas son iguales./ Los números se pegan a la espalda/ y desaparecen. ¿Qué
números, me pregunto, los que indican la posición de los jugadores en la cancha
o los que no vemos que somos para la aplanadora mortal del poder? Desaparecidas
del mapa, quedar fuera de juego y volver como fantasma, como silueta o como
poema, espacio vacío que habla. Pienso que todos estos sentidos se me abren
porque la poesía es esa costurera de Virginia Woolf en Orlando, la memoria que
metiendo su aguja aquí y allá confecciona un vestido con retazos, un patchwork
de imágenes que reverberan y reverberan, como los círculos que se hacen
alrededor de una piedrita cuando cae al agua. Ustedes dirán: ésta trae a la
costurera en la presentación de un libro sobre pibas que juegan al fútbol.
Bueno, el feminismo es así: cabemos todas. Quiero seguir mencionando las
metáforas de este libro, hablarles del huevo invisible que una pelota empolla.
Ese huevo es el premio que fertiliza a la jugadora elegida por su talento o por
el azar, quién sabe. Y también está la metáfora para mí inolvidable de la
pelota detenida en el aplauso, porque la patada será de una, pero el gol es
también de la hinchada y eso, pienso, es lo que se debe sentir si sos
goleadora, que si ganas vos todas ganamos. Efectivamente poesía y fútbol son en
estos poemas, un solo corazón y sino fíjense en esto que dice en Televisadas:
Los goles nos hablan porque su ser es lingüístico.
Pero andá a contar cómo fue que pudo entrar.
Eso: anda a contar sin contar, sin definir como un relator,
más bien, en todo caso, elegir la vía del barrilete cósmico para hablar de eso
que vuela hasta el infinito, aunque tenga bien puestos los pies sobre la
tierra. Lo cósmico de la poesía es el alcance que nos da la resonancia, ese
decir que no se agota en la experiencia personal y que te hace una con las
otras.
Este libro que puede ser leído como un ars poética, una
reflexión sobre el arte de escribir versos y es a la vez un manifiesto
feminista que nos devuelve al campo de juego. Pasión y expansión habitan,
reconquistadas por las pibas, las páginas plenas de Los espacios vacíos.
Cito el final del poema Gol de mujer:
Hacer un gol como quien comete un crimen.
Con esa libertad que se oculta a la familia
con el desorden de la urgencia
con la precisión del último aliento
Desde este lugar visceral, se han escrito estos poemas en
los que la autora no suelta nunca la palabra, o lo que es casi lo mismo, la
pelota. Herramientas aparentemente
indiferenciadas de un yo a las que ese yo primero tuvo que aprender a dominar,
es decir, a reconocer fuera de sí, desnaturalizarlas para integrarlas después.
Silvia domina la herramienta lingüística, no se le va de los límites en ningún
momento y se agradece precisamente este clima homogéneo y concentrado que no se
contamina ni se dispersa. Estás ahí mientras leés y en ningún otro lado. O sí,
con ese don de bilocación que tiene la poesía, es casi como si también
estuvieras en la cancha.
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