Malón en cautiverio
Luis Osvaldo Tedesco
Ediciones Activo Puente, Buenos Aires, 2013, 192 páginas.
Ediciones Activo Puente, Buenos Aires, 2013, 192 páginas.
Ocupamos el espacio que separan dos espejos enfrentados y
nuestra historia está vacía, no significa nada. La única verdad que existe es
esa respiración gigantesca que nos atraviesa y que nos hace vibrar: “aquí se
oye, aquí se grita, y en oscuridá criptan las palabras”.
Un koan pregunta por el camaleón y sus tonalidades. ¿De qué color es Luis Osvaldo esta vez? Ritvo responde: “el color que es ausencia de color, porque ha absorbido toda la luz, opuesto al blanco, la totalidad del espectro en potencia, ya que es pura luz”.
Malón en cautiverio habilita este cruce ad infinitum entre su corpus poético y el ensayo de Juan Bautista Ritvo, que invade amorosamente desde el posfacio. Mutuos malones de sentido fluyen frente al desbordado lector. Editado en 2013 por Activo Puente, el último libro de poemas de Luis Osvaldo Tedesco incluye además en su arte de tapa e interiores ilustraciones de Germán Gárgano, como La noche es siempre y En algún lugar… aún.
El poeta refleja por ausencia, a través de voces replicantes, tan claras que ya no son ninguna: “…esto es como crujido de silencio,/ cuanto más se da más se desvanece,/ más trifulca mudez el cayadito”. La concentración de multitud de linajes a través de la hibridación de voces arcaicas y neológicas, operación que toma más y más protagonismo a medida que crece su obra, permite a Tedesco acercarse al desafío de Valéry citado en el posfacio: “Lo bello tal vez exija la imitación servil de lo que es indefinible en las cosas”. El autor encarna y también desencarna la materia expuesta a la corrupción, a la aberración óptica de sentidos facetados a cero o al infinito: “descanse mientras hago de comer/ me gusta cocinar sin comestibles”.
Compuesto de cinco partes, el libro plantea un juego entre el cautiverio perpetrado en los malones y el de las cárceles de Góngora y Quevedo. El cruce del imaginario de la gauchesca con el barroco queda preso en un malón de prisiones, hasta el fin del abismo replicante. En palabras de Ritvo: “como si condensáramos al extremo materia en ebullición para hacerla pasar, línea por línea, vector por vector, por un estrecho canal que dice con supuesta elegancia lo que va primero y lo que va después”.
Punto de fuga para el cual crea una lengua con resonancias de vocablos de uso remoto, pero con sonoridad claramente argentina, en la que reverberan las voces rurales y urbanas de los márgenes, que son también los márgenes del habla, territorio de intenso potencial creativo, fértil para la expresión y exploración poética: “las pilchas aquí son de largo axioma/ son turgentes, flexibles, destramadas/ se amoldan para bien de su vacío,/ figúrese vistiendo ropa de alma”.
La alegoría barroca del alma contenida en un cuerpo corruptible es diseminada sobre esa mesa de operaciones y sometida a un fundido a blanco, pasando por toda la escala cromática del imaginario argentino, de nuestra historia política, social y literaria. Último vestigio de la relación entre el hombre y lo sagrado, concluye Ritvo, “entre las máscaras que sustituyen nuestra carencia de rostro y la sacralidad ya no trascendente sino inmanente, pegada a nuestros cuerpos como hecatombe de los seres y de las cosas”. El poeta declara, reafirmando esta idea: “ya estoy para calcarme con el aire”. Si “lo transparente enturbia lo invisible”, la máscara del alma será, entonces, su reflejo cautivo en la repetición, empequeñecido, infinito.
Un koan pregunta por el camaleón y sus tonalidades. ¿De qué color es Luis Osvaldo esta vez? Ritvo responde: “el color que es ausencia de color, porque ha absorbido toda la luz, opuesto al blanco, la totalidad del espectro en potencia, ya que es pura luz”.
Malón en cautiverio habilita este cruce ad infinitum entre su corpus poético y el ensayo de Juan Bautista Ritvo, que invade amorosamente desde el posfacio. Mutuos malones de sentido fluyen frente al desbordado lector. Editado en 2013 por Activo Puente, el último libro de poemas de Luis Osvaldo Tedesco incluye además en su arte de tapa e interiores ilustraciones de Germán Gárgano, como La noche es siempre y En algún lugar… aún.
El poeta refleja por ausencia, a través de voces replicantes, tan claras que ya no son ninguna: “…esto es como crujido de silencio,/ cuanto más se da más se desvanece,/ más trifulca mudez el cayadito”. La concentración de multitud de linajes a través de la hibridación de voces arcaicas y neológicas, operación que toma más y más protagonismo a medida que crece su obra, permite a Tedesco acercarse al desafío de Valéry citado en el posfacio: “Lo bello tal vez exija la imitación servil de lo que es indefinible en las cosas”. El autor encarna y también desencarna la materia expuesta a la corrupción, a la aberración óptica de sentidos facetados a cero o al infinito: “descanse mientras hago de comer/ me gusta cocinar sin comestibles”.
Compuesto de cinco partes, el libro plantea un juego entre el cautiverio perpetrado en los malones y el de las cárceles de Góngora y Quevedo. El cruce del imaginario de la gauchesca con el barroco queda preso en un malón de prisiones, hasta el fin del abismo replicante. En palabras de Ritvo: “como si condensáramos al extremo materia en ebullición para hacerla pasar, línea por línea, vector por vector, por un estrecho canal que dice con supuesta elegancia lo que va primero y lo que va después”.
Punto de fuga para el cual crea una lengua con resonancias de vocablos de uso remoto, pero con sonoridad claramente argentina, en la que reverberan las voces rurales y urbanas de los márgenes, que son también los márgenes del habla, territorio de intenso potencial creativo, fértil para la expresión y exploración poética: “las pilchas aquí son de largo axioma/ son turgentes, flexibles, destramadas/ se amoldan para bien de su vacío,/ figúrese vistiendo ropa de alma”.
La alegoría barroca del alma contenida en un cuerpo corruptible es diseminada sobre esa mesa de operaciones y sometida a un fundido a blanco, pasando por toda la escala cromática del imaginario argentino, de nuestra historia política, social y literaria. Último vestigio de la relación entre el hombre y lo sagrado, concluye Ritvo, “entre las máscaras que sustituyen nuestra carencia de rostro y la sacralidad ya no trascendente sino inmanente, pegada a nuestros cuerpos como hecatombe de los seres y de las cosas”. El poeta declara, reafirmando esta idea: “ya estoy para calcarme con el aire”. Si “lo transparente enturbia lo invisible”, la máscara del alma será, entonces, su reflejo cautivo en la repetición, empequeñecido, infinito.
Nota publicada en revista Poesía Argentina, en Junio de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario